10 DE ABRIL - DÍA MUNDIAL DE LA HOMEOPATÍA



10 DE ABRIL 

DÍA MUNDIAL DE LA HOMEOPATIA



Estimados colegas: 

En el aniversario del Nacimiento de nuestro Maestro Samuel F. Hahnemann queremos desearles a todos aquellos colegas y pacientes homeopáticos un muy feliz día.


En homenaje y agradecimiento al creador de este sistema terapéutico, es que queremos compartir con ustedes el primer escrito que hizo Hahnemann describiendo el principio de la semejanza, base fundamental de la Homeopatía: "Ensayo sobre un nuevo principio para descubrir las propiedades curativas de las sustancias medicamentosas; seguido de algunas reflexiones sobre los principios admitidos hasta nuestros días" 

Este escrito, realizado en 1796, presentó las bases de la Ley de Similitud con numerosos ejemplos y demostrando una vez mas, el vasto conocimiento que Hahnemann tenia de la botánica, la materia médica, la terapeutica y su aguda capacidad de observación para enfocar los conocimientos de una manera original y nueva.

Esperamos que sea de su interes.


Afectusos saludos 


El Simillimum






ENSAYO SOBRE UN NUEVO PRINCIPIO PARA DESCUBRIR LAS PROPIEDADES CURATIVAS DE LAS SUSTANCIAS MEDICAMENTOSAS; SEGUIDO DE ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LOS PRINCIPIOS ADMITIDOS HASTA NUESTROS DÍAS

(Publicado en 1796.)


A principios de este siglo, la Academia de las Ciencias de París fue una de las primeras en conceder a la química el honor inmerecido de encaminar sus investigaciones hacia el descubrimiento de las propiedades curativas de los medicamentos y, en particular, de las plantas. Se sometían estas últimas a la acción del fuego en el interior de retortas, casi siempre sin agua, obteniéndose de esta forma a partir de plantas, tanto venenosas como inofensivas, productos más o menos idénticos, a saber: agua, algún ácido, aceites empirreumáticos, carbón, y a partir de éste, carbonato potásico. Para destruir las plantas se utilizaron procedimientos muy costosos, llegándose por fin al convencimiento de que éstos resultaban inútiles de cara a obtener los principios constituyentes esenciales de los vegetales y comprobándose por consiguiente que no debían inferirse de estos experimentos las propiedades terapéuticas de las plantas. Este error que, pese a algunas modificaciones ha perdurado durante más de medio siglo, influyó de forma tan perjudicial en las opiniones de los médicos más instruidos en lo que concierne a la química y sus estrechos límites, que adoptaron de forma casi unánime un punto de vista totalmente opuesto, llegando a negarle a la misma el más mínimo valor en la investigación de las propiedades curativas de los medicamentos y en el descubrimiento de agentes capaces de combatir las dolencias que afligen al género humano.



Esto es ir demasiado lejos. Sin darle más importancia de la debida a la influencia de esta ciencia sobre la materia médica, hay que reconocer que ésta le debe varios descubrimientos importantes que sin duda no serán los últimos.



La química ha enseñado a los investigadores médicos a remediar trastornos de la salud debidos a la acidez de estómago, demostrando que las sales alcalinas y algunas tierras podían resultar útiles contra ésta. Si un veneno atacaba a las vías superiores, debía ser neutralizado; la medicina recurría en estos casos a la química para que le mostrara qué antídotos eran capaces de impedir su acción antes de que hubiera dado tiempo a corroer el tubo digestivo y afectar al organismo más profundamente. También era preciso acudir a esta ciencia para conocer que las sales alcalinas y el jabón encierran los antídotos de los ácidos, del aceite de vitriolo, del ácido nítrico, del arsénico y de los venenos metálicos; que los ácidos, a su vez, neutralizan las sales alcalinas, la cal viva, etc, y que en general el hígado de azufre y sobre todo el ácido sulfhídrico son particularmente útiles para actuar con rapidez contra los venenos metálicos.




Sabemos hoy en día que al introducir en la economía “Mercurius vivus” logramos librarla de determinados metales tales como el plomo y el estaño que se encuentran en ella de forma accidental. También sabemos que al saturar el estómago con ácidos tales


como el fluórico y el fosfórico disolvemos en el interior de esta víscera el hierro ingerido e incluso cristal y piedras. Los experimentos realizados han demostrado inequívocamente que el ácido fosfórico produce estos efectos en el estómago de las gallinas.



Gracias a la química separamos el oxígeno de los compuestos que lo acompañan, devolviéndole toda su pureza. Los fisiólogos y los patólogos habían observado la propiedad que tiene éste de conservar y exaltar las fuerzas vitales; la química nos ha demostrado que este carácter distintivo se debía en parte al calórico específico que este gas presenta en grandes cantidades; además lo ha obtenido de múltiples fuentes con un grado de pureza cada vez mayor, lo que no se había conseguido ni a partir de la materia médica ni mediante experimentación clínica.



Tan sólo la química fue capaz de encontrar en los vapores de amoníaco cáustico un remedio contra la asfixia por ácido carbónico. También fue ella la que nos enseñó a insuflar oxígeno en los pulmones -uno de los elementos constitutivos del aire respirable-en los casos de asfixia por vapores de carbón.



De quedar en las vías inferiores algún resto de sustancia tóxica, podemos, gracias a la química, hacerla desaparecer totalmente mediante el empleo de ácido sulfhídrico en forma de bebidas y baños.



También la química nos permite disolver los cálculos biliares, causantes de gran cantidad de enfermedades muy graves e incurables antes del renacimiento de esta ciencia (para ello utilizamos el éter nítrico y la sal acética).



La medicina recurre a la química desde hace siglos para combatir los cálculos vesicales; pese a haber fracasado contra esta afección utilizando la solución sobresaturada de ácido carbónico, acabó encontrando un medio más eficaz en el ácido fosfórico.



¿Deberemos aplicar uno tras otro sobre las mamas, a modo de ensayo, todos los medicamentos conocidos cuando la leche cuajada las vuelve dolorosas? Esto resultaría tan fastidioso como inútil; la química, enseñándonos a licuar esta leche, nos ha descubierto un verdadero sistema curativo mediante la aplicación sobre las mismas de fomentos de álcali volátil. La experimentación química de la raíz de colombo sobre la bilis alterada llevó a ensayar esta planta como medio para combatir las alteraciones de este humor en la economía; la práctica médica ha confirmado el acierto de este concepto químico.


Si la terapéutica necesita saber si un nuevo medicamento inflama la sangre, la química responderá a esta pregunta en la mayoría de los casos mediante la comprobación, por medio de la destilación, de la presencia o no de un aceite etéreo en esta sustancia.



En la práctica a menudo las características físicas de una planta no bastan para revelar la existencia en la misma de un principio astringente; la química nos descubre este agente, incluso en sus diversos grados, mediante el vitriolo ferroso.



Cuando la dietética ignora si una nueva planta encierra elementos nutritivos, la química demuestra su presencia en la misma, al extraer el gluten y el almidón; incluso puede indicar el grado de sus cualidades nutritivas teniendo en cuenta la cantidad en que se encuentran estos elementos.



También nos ayuda de forma indirecta a comprender la ineficacia de medicamentos enérgicos en sí mismos, pero que debido a encontrarse mezclados pierden su efectividad; nos señala igualmente lo peligrosos que pueden resultar medicamentos inocentes al combinarlos con determinadas sustancias que contengan ácido gálico, pues se descompondría.



Si deseamos obtener algún efecto astringente de la quina, nos prohibe beber agua de cal, que neutraliza sus efectos. También nos prohibe asociar en una misma bebida quina y hierro, pues su combinación da lugar a la formación de un tipo de tinta; procrisbe la utilización del alumbre en la elaboración del agua de Goulard para no privar a ésta de su potencia medicamentosa; prohibe mezclar cualquier ácido con sales neutras cuya base sea el cremor tártaro, y el empleo de laxantes contra la acidez en las vías superiores. También nos prohibe mezclar dos sustancias inofensivas en sí mismas, pero que combinadas puedan dar lugar a un veneno, como es el caso, por ejemplo, el cremor tártaro y el antimonio diaforético (sobre todo si este último lleva tiempo preparado); prescribe la ingestión en la dieta láctea de ácidos vegetales susceptibles de formar un material caseoso insoluble y, en aquellos casos en que la utilización de un ácido es indispensable, aconseja recurrir al ácido sulfúrico.



Por último nos proporciona signos ciertos para reconocer la sofisticación de los medicamentos; extrae el sublimado corrosivo del calomelano y enseña a distinguir esta sustancia del precipitado blanco que tanto se parece a ella.



Basta con citar estos ejemplos para refutar los argumentos de aquellos que niegan a la química, de forma taxativa, el descubrimiento de las propiedades curativas de los medicamentos.


No obstante y pese a que esta ciencia puede llevarnos a conocer medios de curación en los casos en que sustancias nocivas presentes en el interior de la economía deben ser descompuestas de inmediato, en vano recurriremos a ella en afecciones en que el concurso de las funciones del organismo resulte indispensable. Para probar esta verdad ha bastado con ensayar los antisépticos a los que se atribuían acciones tan potentes en el organismo humano como las que demostraban en el laboratorio del químico. Así, la experiencia ha demostrado que el nitro, por poner un ejemplo, que fuera de la economía presenta una potente acción antiséptica, produce un efecto exactamente contrario en la fiebre pútrida y en la gangrena, al debilitar las fuerzas vitales. Teniendo esto en cuenta, ¿deberemos utilizarlo para combatir la naturaleza de las materias pútridas que se encuentran en el estómago? Un emético nos permitirá evacuarlas con toda certeza.



Aquellos que han intentado descubrir propiedades medicamentosas mezclando medicamentos conocidos con sangre extraída de las venas y observando si la sangre se volvía más clara o más oscura, más fluida o más densa han hecho más flaco favor a la materia médica. ¡Cómo si resultara posible introducir los medicamentos en la sangre de forma tan inmediata como en un tubo de ensayo! ¡Cómo si las sustancias medicamentosas no sufrieran previamente cambios considerables en el tubo digestivo antes de alcanzar, tras numerosos rodeos, el torrente sanguíneo! ¿No es cierto que la sangre venosa presenta grandes diferencias según que el sujeto esté más o menos acalorado, que la incisión sea más o menos amplia, que corra a chorro o gota a gota, en un cuarto caliente o frío y que se recoja en un recipiente estrecho o ancho?



El empleo de procedimientos tan groseros para investigar las propiedades medicamentosas, cae por su propia base.


Por este mismo motivo la introducción de medicamentos en el torrente circulatorio de los animales es un método muy extraño y totalmente incierto. Me conformaré con citar un solo hecho: una cucharada de agua concentrada de laurel cerezo introducida en el estómago de los conejos los mata a casi todos, mientras que si se les inyecta en la yugular no les produce ningún trastorno; el animal sigue gozando de buena salud. ¿La introducción de sustancias medicamentosas en la boca de los animales proporcionará acaso datos precisos sobre sus virtudes? Antes al contrario. ¡Existe una gran diferencia entre su organismo y el nuestro! Un cerdo soportará sin inconveniente alguno una gran cantidad de nuez vómica, mientras que 15 granos de esta sustancia bastan para matar a un hombre. Un perro no presentará ningún trastorno si se le administra una onza de hojas frescas, flores y semillas de acónito, lo que mataría a cualquier hombre. Los caballos comen esta hierba seca sin que les produzca el más mínimo síntoma. Los animales domésticos son cebados a base de hojas de tejo común, mientras que los seres humanos que las prueban fallecen. ¿Cómo podemos pretender sacar conclusiones a partir de los efectos medicamentosos en los animales?: en el hombre serían bien distintos al ser tan diferentes (lo que también se observa entre las diferentes especies animales). Al abrir el cadáver de un lobo envenenado con acónito, se encontró una inflamación del estómago; no se observó el mismo fenómeno en dos gatos que habían ingerido la misma planta. Las conclusiones que pueden deducirse de estos hechos son poco, por no decir nada, inútiles. Lo que sí es seguro es que el animal no puede referir


los cambios que se producen en su interior, las sensaciones que experimenta, cosa que el hombre sí puede hacer gracias al uso de la palabra.


Si al investigar los efectos muy intensos o peligrosos de una sustancia experimentamos a un tiempo con diferentes animales, podemos llegar a algunas conclusiones de tipo general: obtenemos hechos perceptibles por los sentidos, resultados generales sobre los movimientos de las extremidades, temperatura del cuerpo, vómitos, evacuaciones alvinas, etc., pero al coordinar todos estos elementos nunca encontraremos nada decisivo en cuanto a la determinación exacta de las propiedades curativas de esas sustancias en el hombre. Para semejantes deducciones estos experimentos resultan demasiado oscuros y, permítaseme decirlo, demasiado vulgares.



El proceso de estas investigaciones ha llevado necesariamente a los hombres sistemáticos a seguir otro camino que les parecía mucho más seguro. Acudían a los medicamentos mismos, esperando encontrar cualquier punto de partida; pero olvidaban que las características físicas de los agentes terapéuticos son a menudo tan engañosas como lo es la fisionomía para revelar los pensamientos más íntimos.



Las plantas de colores apagados no siempre son tóxicas, así como las brillantes no son necesariamente inofensivas. Las propiedades particulares de las drogas, distinguibles en ocasiones por el gusto y el olfato, tampoco permiten sacar conclusiones definitivas cuando se trata de sustancias que aún no han sido experimentadas. Sin querer poner en tela de juicio estos dos sentidos en lo que concierne a la comprobación de las propiedades medicamentosas ya sean conocidas o supuestas, recomiendo la mayor circunspección a aquellos que basan su criterio en sus propios experimentos. Pese a ser cierto que el principio amargo resulta tónico para el estómago, por qué la escila lo debilita? Si bien es verdad que las sustancias aromáticas amargas excitan el organismo ¿por qué el romero de los pantanos disminuye en tan gran medida el calor vital? Si bien es cierto que sólo son astringentes las plantas que asociadas al vitriolo ferroso dan lugar a un tipo de tinta ¿por qué el principio tan astringente de los membrillos, nísperos, etc., no da lugar al mismo resultado? Si el sabor astringente indica un tónico ¿por qué el óxido de zinc produce vómitos? ¿Resulta nutritivo el principio dulce del azúcar de plomo? Si los aceites etéreos y las sustancias que producen en la lengua un gusto quemante, calientan la sangre ¿por qué el éter, el alcanfor, el aceite de cayeputi, el aceite de menta piperita y el aceite volátil de almendras amargas y de laurel cerezo producen un efecto contrario? Si las plantas venenosas deben exhalar un olor nauseabundo, ¿por qué es tan poco pronunciado en el acónito, la belladonna y la digital? ¿Por qué resulta casi imperceptible en la nuez vómica y la gutagamba? Si el sabor de las plantas venenosas es desagradable ¿por qué el jugo de la yuca, cuya acción tóxica es tan rápida, es dulzón y nada acre? Si los aceites grasos exprimidos son a menudo emolientes ¿por qué no lo es el que se extrae de la semilla del ricino de América, que de hecho determina una reacción inflamatoria? Si las sustancias poco sápidas o incluso totalmente insípidas e inodoras no tienen efectos medicamentosos, ¿por qué la ipecacuana, el antimonio tartárico, el veneno de víbora y la raíz de López tienen propiedades curativas? La bryonia, al contener gran cantidad de fécula, ¿debe ser considerada alimenticia?




¿Pueden las analogías botánicas llevarnos a concluir definitivamente que existe una semejanza en los efectos? Se oponen a ello en tanto mayor medida que el número de excepciones es menor: se presentan virtudes muy opuestas o al menos muy diferentes dentro de una misma familia de plantas entre la mayoría de sus especies. Sigamos desde este punto de vista el sistema natural más perfecto, el de Murray. Dentro de la familia de las coníferas, la corteza interna del pino de los bosques proporciona a los pueblos de los países más septentrionales una especie de pan, mientras que la corteza del tejo común es venenosa. ¿Qué relación existe entre la raíz ardiente de la camomila pelitre y la lechuga venenosa deletérea que produce sensación de frío; entre la hierba de los trigos, desprovista de cualquier efecto y el árnica de las montañas que es un remedio tan heroico? Sin embargo todas ellas pertenecen a la familia de las compuestas. ¿Qué tienen en común la globularia, planta purgante, y la státice, que no posee ninguna virtud medicamentosa, pese a pertenecer ambas a la familia de las sincóneas? ¿Produce acaso el brezo los mismos efectos que la venenosísima raíz de la filipéndula acuática o de la cigua de agua simplemente por pertenecer como estas últimas a la familia de las umbeliformes? ¿En la familia de las ederáceas, presenta acaso la hedera, planta en absoluto inofensiva, aparte de su aspecto externo, algún punto de semejanza con la vid (que proporciona el vino)?¿Por qué se ha clasificado al brusco entre la familia de las sarmentáceas si sus propiedades curativas son absolutamente nulas frente a las narcóticas de las Anarmita cocculus, las excitantes de la aristoloquia y del ásaro europeo? ¿Acaso tiene los mismos efectos el cuajaleche que la espigelia de Maryland, a menudo mortal, por pertenecer ambos al grupo de las estrelladas? ¿Qué semejanzas presentan el melón y la momórdiga balsamina pertenecientes ambos a la familia de las cucubirtáceas? Dentro de la familia de las solanáceas no puede compararse al gordolobo, totalmente insípido, con la pimienta de cayena que provoca espasmos en las vías superiores ni con la nuez vómica que detiene el movimiento peristáltico del tubo intestinal. En la familia de las apocíneas ¿cómo podrían colocarse juntas la vincapervinca y la adelfa cuyas propiedades narcóticas son bien conocidas?



En la familia de las rosáceas, la lisimaquia no goza de las mismas propiedades que el trébol de agua, ni la prímula, totalmente ineficaz, de las del pamporcino. Las propiedades de la gayuba, tónico de las vías urinarias nada tienen que ver con las del rododendro de flores blancas, pese a pertenecer ambos a la familia de las bicórneas. En la familia de las verticiladas, la brunela corriente, de efecto ligeramente astringente o la pequeña consuelda mayor, planta totalmente inicua, no pueden compararse con el teucrio marítimo que encierra un principio etéreo o con el orégano, capaz de generar calor. ¿Qué afinidad existe entre la potencia medicamentosa de la verbena común y la de la graciola, excesivamente activa, pese a pertenecer ambas a las papilionáceas?. ¿Qué paralelismo podemos establecer en la familia de las lomentáceas entre las propiedades del algarrobo y las de la fumaria oficial, entre la polígala de virginia o el bucinero del Perú? ¿Existe acaso alguna semejanza entre las propiedades de la arañuela cultivada, la ruda de los jardines, la peonía y el ranúnculo, pese a pertenecer todas a la familia de las multisilicadas?


La familia de las rosáceas (senticóseas) incluye la filipéndula y la tormentila, pero resulta curioso comprobar lo diferentes que son. El grosellero rojo y el laurel cerezo, el serbal salvaje y el melocotonero, presentan diferentes propiedades y sin embargo pertenecen todos ellos a la familia de las pomáceas. La familia de las suculentáceas reúne al sedero acre y la verdolaga cultivada, pero es evidente que la acción de ambos no tiene nada que ver.



¿Cómo es posible que el geranio pertenezca a la misma familia que el lino catártico y la oxálida de los bosques a la misma que la cañafístula amarga? ¡Qué diferentes son en cuanto a su potencia medicamentosa las diversas variedades de la familia de las ascirrideas, las de las dumoseas y las de las triquilateas! Dentro de la familia de las euforbiáceas no existen puntos en común entre el euforbio oficinal, tan corrosivo, y el boj -siempre verde- cuya acción se centra sobre los nervios. La herniaria glabra, insípida, la fitolaca acre, la olorosa anserina con sus propiedades refrescantes y la pimienta de agua forman un curioso grupo dentro de la familia de las oleáceas. También existen grandes diferencias entre las acciones de las escabrídeas. En la familia de las liliáceas es imposible comparar la azucena blanca, mucilaginosa por naturaleza, con el ajo o la escila, y el espárrago con el eléboro blanco, planta venenosa.



Lejos de mi intención ignorar los indicios importantes que el sistema natural de las plantas puede ofrecer a los médicos filósofos que se ocupan de la materia médica, así como aquellos que sienten en sí la vocación de descubrir nuevos medicamentos; pero estos indicios sólo sirven para confirmar o comentar hechos ya conocidos o, cuando una planta aún no ha sido experimentada, manejarse entre hipótesis que se acercan en mayor o menor medida a la realidad.



¿Cómo podríamos creer en una semejanza total en el efecto de plantas, a menudo agrupadas siguiendo el método denominado natural, porque ofrecen algunas características externas comunes, mientras que otras plantas, cuya afinidad es mucho mayor, gozan en ocasiones de propiedades medicamentosas totalmente opuestas? Así sucede en las especies del tipo impaciente, serapia, cítiso, ranúnculo, caña, malvavisco, ciruelo, siempreviva mayor, cañafístula, poligonáceas, angélica, quenopodio, asclepias, solano, cizaña, ajo, aladierna, convalaria, lino, zumaque, séseli, cilantro, etusa, berrera, almendro, frambuesa, jaramago, polígana, teucrio, jacinto, pepino, perejil, pimpinela, eneldo, perifollo, valeriana, camomila, artemisa, centaura y enebro.



¡Qué diferentes son el hongo yesquero, insípido, y el boleto blanco, amargo y drástico; el agárico delicioso y el agárico moteado; el liquen de las rocas, leñoso, y el liquen de Islandia, dotado de propiedades tónicas!



Convengo en que por lo general la analogía de los efectos se encuentra más a menudo en las diferentes especies de un mismo tipo de planta que entre las innumerables variedades de una familia que, según el método natural, se encuentran en el mismo


grupo por presentar ciertas semejanzas. No obstante mi convencimiento me lleva a afirmar que, sea cuál fuere el número de familias cuyas especies presentan alguna similitud en su acción, el número mucho mayor de las que poseen propiedades diferentes debe ponernos en guardia contra esta forma de inferir conclusiones. Tengamos en cuenta que tratamos aquí sobre una cuestión de lo más importante y delicada, la salud del hombre.( Debemos dudar al admitir cualidades medicamentosas idénticas entre las especies de un mismo género, tanto más cuando a menudo la misma especie, la misma planta, muestra en ocasiones, en sus diversas partes, propiedades curativas diferentes. Véase, por ejemplo la gran diferencia entre los efectos de la cabeza y las simientes de la adormidera; entre el maná que se extrae del alerce y la trementina obtenida del pistachero; entre el alcanfor calmante extraído de la raíz del laurel canelero y el aceite irritante de canela; entre el jugo astringente de los frutos de varias mimosáceas y la resina que exuda su tronco; entre el tallo corrosivo del ranúnculo y su raíz tan dulce.)



Así pues, tampoco deberemos considerar este medio como el más seguro para llegar al conocimiento de las propiedades medicamentosas de las plantas.


¿No nos queda entonces más recurso que la experimentación?: y en este caso ¿de qué tipo? ¿La que procede al azar o la que se apoya en un principio racional?


Desde aquí aprovecho para asegurar que la mayor parte de las propiedades curativas de los agentes terapéuticos fueron descubiertas empíricamente, por casualidad, y a menudo fueron observadas por personas totalmente ajenas al arte de curar. Médicos emprendedores, a menudo demasiado intrépidos, experimentan después con esas sustancias.



No tengo la menor intención de criticar el valor de este procedimiento que ha servido para realizar tantos descubrimientos; los hechos hablan por sí mismos; pero no deja de ser cierto que el azar excluye toda intención, toda actividad propia. Resulta triste comprobar que la más noble y útil de las ciencias depende del azar, lo que nos permite suponer que un gran número de personas están expuestas a peligros. Y cabe preguntarse:

¿bastan estos descubrimientos para perfeccionar la materia médica y llenar el vacío existente? Cada día aprendemos a conocer enfermedades nuevas, modificaciones y compilaciones distintas de las que aparecen de costumbre; y si para encontrar los medios necesarios para combatirlas sólo nos auxilia el azar, la decisión más sabia que podemos tomar es recurrir a remedios generales o a los que nos han parecido útiles en enfermedades ciertamente o supuestamente análogas. A menudo fallamos porque dos casos diferentes nunca son totalmente idénticos. Miramos el porvenir con tristeza, imaginando que tal vez sólo el azar permitirá descubrir específicos contra tal o cuál enfermedad o incluso para sus diversas variedades, como la quina contra la fiebre intermitente o el mercurio contra la sífilis.



La Providencia, en su inmensa sabiduría, no ha podido desear que el arte más noble permanezca para siempre en un estado tan precario. Sería en efecto funesto para el género humano que su conservación dependiera únicamente del azar. No es un consuelo creer que existe para cada enfermo, para cada estado mórbido particular, un remedio específico así como un mecanismo racional para llegar a descubrirlo.



Y no llamo hallazgos “racionales” de las potencias medicamentosas aún desconocidas, a los descubrimientos empíricos que se realizan habitualmente en los hospitales, cuando en el tratamiento de las enfermedades graves, a menudo insuficientemente observadas, fallan los remedios conocidos. En estos casos, recurrimos a una sustancia que hasta entonces sólo ha sido empleada de forma empírica o general; nos dejamos llevar por el azar ciego o cuando menos por consideraciones de las que no podremos rendir cuentas ni a uno mismo ni a los demás. Este procedimiento, por emplear una expresión indulgente, no es más que una lotería insensata.



Pasaré por alto los ensayos, tal vez algo menos irracionales, realizados con los remedios alabados aquí y allá de forma empírica pero que no se experimentaron ulteriormente para comprobar su efectividad ante tales o cuales fenómenos patológicos ni en la práctica ordinaria ni en la hospitalaria. Bien es cierto que a menos que nos atengamos a determinadas reglas del arte, estos experimentos se realizan en parte a expensas de la salud y de los días del enfermo, pero la prudencia y el tacto pueden evitar que el práctico cometa muchos errores resultado de esos métodos de algún modo empíricos.



Como ya poseemos una gran cantidad de sustancias medicamentosas cuya eficacia está comprobada -lo que implica que conozcamos con exactitud las enfermedades que pueden curar- y como existen otros medicamentos que se han mostrado útiles o nocivos en casos determinados y cuyo uso exacto y oportuno desconocemos, será inconsecuente querer aumentar en estos momentos el número de agentes que constituyen la materia médica. Es probable que los que ya poseemos nos ofrezcan casi toda la ayuda que podamos necesitar.



Antes de adentrarse en los detalles, creo que es mi deber declarar que no pienso que exista o pueda existir un remedio absolutamente específico contra tal o cuál enfermedad nominal, con todas sus posibles modificaciones, complicaciones y trastornos accesorios que los patólogos consideran sus atributos invariables y esenciales. La gran simplicidad y el carácter fijo de la fiebre intermitente y de la enfermedad venérea han permitido por sí solos encontrar antídotos que un gran número de médicos han clasificado entre los específicos, porque, en estas enfermedades, las variedades son habitualmente mucho más infrecuentes o insignificantes que en otras y, en consecuencia, la quina y el mercurio han resultado más a menudo útiles que ineficaces. Pero, en la más amplia acepción de la palabra* la quina no es más específica contra la fiebre intermitente de lo que es el mercurio contra las afecciones sifilíticas. Ambos curan cuando se toman solos, en estado puro y sin asociarlos con otras sustancias. Los prácticos perspicaces han comprendido perfectamente esta verdad, por lo que no es preciso que de más detalles.


*(Simplemente resulta enojoso (por ejemplo), que no se haya entendido el motivo por el que a menudo de las siete sobre quince pretendidas fiebres intermitentes, contra las que fallaba la quina, tres curaban con nuez vómica o con almendras amargas, dos con opio, otra con una sangría y la última con ipecacuana a pequeñas dosis. Nos conformábamos con decir: «la quina no ha servido para nada, pero el haba de San Ignacio ha resultado útil» ¡pero no explicábamos el porqué! Si la fiebre intermitente era franca, la quina debería haberla curado; cuando por el contrario se complicaba con una irritabilidad excesiva, sobre todo a nivel de las vías superiores, entonces ya no se trataba de una fiebre intermitente simple, la quina ya no estaba indicada, y debía escogerse racionalmente como medio curativo o como coadyuvante el haba de San Ignacio, la nueva vómica o las almendras amargas, según las circunstancias.)



Aunque no niego que existan específicos absolutos para enfermedades particulares según la mayor o menor extensión que les asigne la patología al uso,* estoy por otra parte convencido de que existen tantos específicos como enfermedades, es decir, específicos contra la enfermedad simple y específicos contra las variedades y los demás estados anómalos del organismo.

*(La historia de las enfermedades no ha llegado aún a un punto tal que nos veamos forzados a separar convenientemente lo esencial de lo accidental, la característica principal de lo accesorio que pertenece a la idiosincrasia, al género de vida, a las pasiones, al género epidémico y a las demás influencias externas. Sólo algunos nosólogos modernos han osado separar en ocasiones el carácter aislado, puro, abstracto, de las enfermedades, al efectuar su descripción. Ante todo debemos centrar nuestra atención en la afección principal; las variedades y los síntomas accesorios sólo precisan atención particular cuando son graves y resultan ser un obstáculo a la curación. Debemos por el contrario tratarlas prioritariamente, cuando la enfermedad primitiva, cronificada, se ha hecho más insignificante, menos grave, habiéndose convertido sus modificaciones y sus síntomas en la afección principal.)

Si estoy en lo cierto, la medicina práctica ha procedido habitualmente de tres formas diferentes para adaptar medios curativos a los padecimientos del cuerpo humano.


La primera vía, y también la más elevada, consiste en destruir o eliminar las causas fundamentales de las enfermedades. Las elucubraciones y los esfuerzos de los mejores prácticos se encaminarán siempre hacia esta meta que es la que está más en conformidad con la dignidad del arte: pero no han llegado a descubrir jamás las causas fundamentales de todas las enfermedades que en la mayoría de los casos quedarán eternamente ocultas al entendimiento humano. No obstante, se ha clasificado y reunido en la terapéutica general lo que la experiencia de todos los tiempos ha permitido inferir. Así en la gastralgia crónica se pone remedio en primer lugar a la debilidad general; se combaten los espasmos provocados por la tenia matando al verme; se hacen desaparecer mediante eméticos potentes las fiebres provocadas por saburras; cuando se produce un enfriamiento, se restablece la transpiración; se extrae la bala causante de una fiebre traumática. Este modo de actuar es y será siempre muy loable, pese a que los medios a los que se recurre no sean siempre los más adecuados.


Mediante el segundo método los médicos intentan suprimir los síntomas existentes utilizando medicamentos que produzcan un efecto contrario; por ejemplo, purgantes para el estreñimiento, sangrías, hielo y nitro contra la inflamación sanguínea, alcalinos para la acidez de estómago; opio para los dolores. En las enfermedades agudas a menudo triunfa la naturaleza por sí sola, simplemente con alejar durante algunos días los obstáculos a la curación; en aquellas que termina fatalmente, al no bastar con esto, es justo, conveniente y suficiente recurrir a una medicación semejante mientras no poseamos la piedra filosofal de la que hemos hablado antes, es decir, el conocimiento de la causa fundamental de toda enfermedad y los medios para remediarla, o mientras no dispongamos de un específico de acción rápida para aniquilar, desde su inicio, la infección variólica, por poner un ejemplo. En este caso llamaría a esto medios temporales.



Pero si la causa fundamental de la afección y los medios propios para combatirla resultan evidentes y pese a esto oponemos a estos síntomas únicamente remedios del segundo tipo o combatimos con ellos enfermedades crónicas, entonces este método curativo (el que consiste en curar síntomas con medios que producen un efecto contrario) se denomina paliativo y debe ser desechado. En las afecciones crónicas, sólo se produce mejoría al principio: más adelante deben aumentarse las dosis de los remedios que no son capaces de acabar con la enfermedad principal y entonces resultan tanto más dañinos cuanto más tiempo han sido empleados. Más adelante indicaremos el porqué.



Sé muy bien que sigue indicándose el uso de dosis frecuentemente repetidas de aloe o sales purgantes cuando existe una predisposición al estreñimiento; pero se produce un gran número de fracasos. Siguen intentándose remediar las congestiones crónicas de los sujetos histéricos, caquécticos y hipocondríacos mediante pequeñas sangrías repetidas a menudo, nitro, etc., pero también son numerosos los fracasos. Se prescribe constantemente la sal de Epson contra las afecciones crónicas del estómago que se presentan con regurgitaciones agrias (se observan a menudo en los sujetos que llevan una vida sedentaria):

¡pero con qué pocas probabilidades de éxito! Siguen combatiéndose los dolores crónicos de todo tipo mediante la administración continuada de opio: ¡pero cuántas esperanzas se desvanecen! Aún cuando la mayoría de los médicos contemporáneos siguieran fielmente este método, no dudaría un solo instante en calificarlo como nocivo y pernicioso.



Animo a mis colegas a abandonar esta vía (contraria contrariis) en el tratamiento de las enfermedades crónicas y de aquellas en que se aprecia que se están cronificando; es un camino falso en el que uno se pierde. El orgulloso empírico la considera excelente y presume del triste privilegio que tiene de poder aliviar las enfermedades durante algunas horas sin preocuparle que bajo esta apariencia engañosa el mal se esté enraizando más profundamente.


No soy el único en expresar tales advertencias. Médicos preclaros, inteligentes, conscientes, han seguido un tercer método contra las enfermedades crónicas y las que toman este aspecto utilizando medios que en absoluto están destinados a ocultar los síntomas, sino al contrario a curar radicalmente; en una palabra, han recurrido a específicos. Estos esfuerzos son dignos de encomio. Así por ejemplo han ensayado el árnica en la disentería, reconociendo su utilidad específica en determinados casos.



¿Pero en qué se han basado? ¿Qué razones les llevaron a ensayar estos métodos? Desgraciadamente tan sólo el empirismo, la práctica doméstica, algunos casos de curaciones fortuitas debidas a estas sustancias a menudo a nivel de complicaciones aisladas que muy probablemente no volverán a presentarse jamás; a veces también en enfermedades francas, simples. ¡Sería terrible si tan sólo el azar y la rutina nos guiasen a la hora de buscar y utilizar los verdaderos remedios de las afecciones crónicas que ciertamente constituyen la mayor parte de las enfermedades que afligen al género humano!



Para profundizar en los efectos de los medicamentos, para adaptarlos a los males, deberíamos recurrir en la menor medida posible al azar, antes bien, deberíamos proceder siempre de manera racional. Acabamos de ver que para alcanzar esta meta la química sólo nos ofrece una ayuda incompleta y que debe ser consultada con gran circunspección; que las analogías que se reconocen entre las familias de las plantas según el método natural o entre las especies de una misma familia, sólo nos proporcionan datos muy vagos; que el aspecto de la sangre extraída de una vena no nos enseña nada sobre las alteraciones que ha producido su mezclado con los medicamentos; que la inyección de las sustancias medicamentosas en las venas de los animales y los resultados que se observan en estos últimos tras la ingestión experimental de los medicamentos, constituyen un procedimiento demasiado grosero para que podamos deducir aplicaciones más elevadas de los agentes terapéuticos.



Sólo nos queda por tanto experimentar en el ser humano aquellos medicamentos cuya potencia medicamentosa deseemos conocer. Siempre ha resultado evidente esta necesidad; pero también es cierto que nos hemos movido por un camino erróneo al no emplearlos, tal y como ya hemos expresado más arriba, más que de una manera empírica y al azar. La reacción que produce en un enfermo un medicamento cuyos efectos no se conocen aún a fondo da lugar a fenómenos tan complicados que el médico más perspicaz raramente consigue apreciarlos. O bien el remedio no produce ningún efecto o bien da lugar a agravaciones, a cambios tras los cuales se produce una disminución de la enfermedad o bien lleva a la muerte sin que nadie sea capaz de adivinar el papel que han jugado en estos efectos el cuerpo del enfermo y el agente terapéutico (empleado tal vez en dosis demasiado fuertes o demasiado débiles). Esta forma de proceder no nos aporta nada y lleva a falsas conjeturas. Los médicos corrientes guardaban silencio en lo que concernía a los malos resultados y se referían a la enfermedad sobre la que tal o cuál sustancia había resultado eficaz tan sólo con un apelativo (confundiendo muy a menudo unas con otras). De ahí proceden numerosas obras inútiles de Schroeder, Rutty, Zorn, Chomel, Pomet, etc., gruesos volúmenes que encierran un número de medicamentos considerable, la mayoría de ellos ineficaces y


que sin embargo preconizan contra una o incluso varias afecciones.* El verdadero médico que quiere perfeccionar su arte debe fijar toda su atención en los dos puntos siguientes que son los únicos importantes:

*(Lo que me resulta más sorprendente de estos detalles sobre las propiedades de las drogas es que en la época en que vivieron estos hombres se llevaba el método que aún en nuestros días resulta una vergüenza para la medicina (a saber, asociar «lege artis» varias sustancias) hasta tales extremos que incluso al mismo Edipo le hubiera resultado imposible atribuir a alguno de los ingredientes de la mezcla algún efecto concreto y que entonces era aún menos frecuente que hoy en día la prescripción de un único medicamento. ¿Cómo podríamos diferenciar la potencia terapéutica de cada uno de los remedios empleados al realizar una práctica tan complicada?)

1º. ¿Cuáles son los efectos simples que produce cada sustancia tomada independientemente de otras, sobre el organismo humano?

2º. ¿Qué resultados obtenemos al observar sus efectos sobre tal o cuál enfermedad, sencilla o complicada?


Las obras prácticas de los mejores autores de todos los tiempos fundamentalmente de los modernos, alcanzan en parte la segunda de estas metas. Estos libros encierran, aunque diseminados, los únicos materiales capaces hasta el momento actual de llevarnos al verdadero conocimiento de las virtudes medicamentosas de los medicamentos en las distintas enfermedades. Al haber sido adaptadas con gran precisión las sustancias farmacológicas más puras a los casos dh4, encontramos expuestos con el mayor rigor los casos en que han demostrado su eficacia y aquellos en que han resultado nocivas o menos saludables. ¡Dios quiera que sean bastante numerosos! Pero como estos autores se contradicen muy a menudo, como alguno lamenta en su caso concreto los resultados que en circunstancias análogas han sido considerados excelentes, resulta fácil asegurar que no disponemos de una norma tomada de la naturaleza que nos permita pesar el valor y el grado de exactitud de sus observaciones.



Según mi criterio esta norma o regla puede basarse única y exclusivamente en los efectos que una sustancia medicamentosa administrada en tal o cuál dosis determina en el sujeto sano.



Debemos situar aquí los relatos de ingestiones imprudentes e involuntarias de medicamentos y venenos, así como los de los que uno se haya administrado a sí mismo para experimentar determinadas sustancias o los que se hayan hecho tomar a individuos por otra parte perfectamente sanos, tales como criminales condenados a muerte, etc. Debemos añadir también parte de los relatos que conciernen a sustancias de acción violenta o administradas a dosis demasiado elevadas, como remedios caseros o como medicamentos en padecimientos poco importantes o fáciles de diagnosticar.


Un compendio de estas observaciones que podríamos completar añadiendo una nota sobre la confianza que nos merezcan, será, si no me equivoco, el código fundamental de la materia médica, el sagrado libro de su revelación.



Recorriendo este compendio podríamos descubrir de forma racional la verdadera naturaleza y los verdaderos efectos de las sustancias farmacológicas; sólo así podríamos conocer ante qué enfermedades pueden ser utilizadas con éxito.



Dando por supuesto que carecemos de una clave, me esforzaré en este trabajo en exponer el principio según el cual podría procederse para llegar insensiblemente a reconocer y a emplear de forma racional, de entre los medicamentos conocidos y desconocidos, un medio curativo específico* apropiado para cada enfermedad y sobre todo para las crónicas. Este principio descansa en las siguientes premisas:

*(En esta memoria tengo casi siempre a la vista la búsqueda de los remedios específicos que ejercen una acción constante en las enfermedades y principalmente en las afecciones crónicas. Dejo al margen los medicamentos que en las enfermedades agudas apartan la causa fundamental y los que ejercen una influencia temporal: en determinados casos éstos son denominados paliativos.)

Cualquier medicamento eficaz produce en el hombre una especie de enfermedad tanto más específica, caracterizada e intensa, cuando más eficaz es el medicamento.( Las personas ajenas al arte de curar llaman venenos a los medicamentos más enérgicos, causantes de afecciones especiales y que son, por consiguiente, los más saludables.)



Por ello hay que imitar a la naturaleza que en ocasiones cura una enfermedad crónica al aparecer un nuevo procedimiento que sobreviene al emplear contra el estado sobre todo crónico que queremos hacer desaparecer, el remedio que es capaz de provocar una enfermedad artificial tan semejante como sea posible al padecimiento natural. En este caso se curará esta última.



Para ello basta con conocer perfectamente por una parte las enfermedades del cuerpo humano según sus características patognomónicas y los accidentes que pueden acaecer, y por otra parte los efectos puros de los medicamentos, es decir el carácter distintivo de la enfermedad artificial particular que suelen provocar así como los síntomas que son una consecuencia de la variación de las dosis, de la forma, etc.; entonces, al escoger contra un caso patológico dado, un medio que provoca una enfermedad artificial tan idéntica como sea posible, podrán curarse los padecimientos más graves.( Si, tal y como conviene a un médico prudente, queremos proceder de forma gradual, administraremos este remedio a una dosis tal que dé lugar de forma casi imperceptible a la enfermedad artificial que provoca (puesto que actúa en este caso a causa de la tendencia que tiene de evocar un padecimiento artificial semejante). Aumentaremos la dosis imperceptiblemente de forma que estemos seguros de que el cambio interno que nos proponemos conseguir en la economía se realice con un grado suficiente de energía aunque con manifestaciones mucho menos intensas que los síntomas de la enfermedad


natural. De esta forma obtenemos una curación suave y segura. Pero si al haber escogido el remedio adecuado queremos actuar con rapidez, también podremos alcanzar la meta aunque haciendo correr cierto peligro al enfermo y obtendremos, tal y como sucede en ocasiones a los empíricos con los habitantes del campo una curación maravillosa o «cura de caballo»: es decir, curar en pocos días una enfermedad que ha durado años. Estos resultados muestran el acierto de mi principio y al mismo tiempo el atrevimiento de aquéllos que los obtienen.)



Confieso que esta propuesta tiene una gran semejanza con una fórmula analítica, habitualmente estéril, y por ello me considero obligado a explicarla de forma sintética; pero antes expondré algunas apreciaciones.



1º. La mayor parte de los medicamentos producen un doble efecto: primero actúan directamente y posteriormente provocan de forma insensible un efecto consecutivo, indirecto. Este último suele ser un estado totalmente opuesto al primero*. Así actúan la mayor parte de los vegetales.

*(Tomemos como ejemplo el opio. Una dosis moderada provoca en parte, como primer efecto directo, una sensación de energía, de valor, de intrepidez, de alegría, de ideas fecundas... pero ocho a doce horas después observamos que va apareciendo poco a poco un estado opuesto, resultado del efecto consecutivo indirecto: postración, melancolía, humor taciturno, debilidad de la memoria, malestar y miedo.)

2º. Tan sólo unas pocas sustancias medicamentosas resultan excepciones a esta regla al continuar su efecto primario sin interrupción, de manera uniforme pero disminuyendo de forma sensible; por fin, al cabo de cierto tiempo cesa este efecto y el cuerpo vuelve a su estado normal. A esta categoría pertenecen las sustancias metálicas y los minerales tales como el mercurio, el plomo y el arsénico.



3º. Cuando adaptamos a un estado crónico un remedio que presenta una gran analogía con él desde el punto de vista de su efecto primitivo directo principal, entonces el efecto consecutivo indirecto es en ocasiones justamente la disposición a la que queremos llevar al enfermo. En otras ocasiones, por el contrario (sobre todo si nos equivocamos con la dosis), se produce en el efecto consecutivo un desacuerdo que a veces tarda horas en desaparecer. Así una dosis muy fuerte de beleño deja fácilmente como efecto consecutivo una gran predisposición al miedo. Cuando este desacuerdo incomoda al enfermo y es preciso abreviarlo, una pequeña dosis de opio ejerce una acción específica y casi instantánea: el miedo desaparece. Hay que decir que en este caso el opio tan sólo produce un efecto contrario, paliativo; pero basta con un remedio paliativo y temporal para suprimir para siempre un padecimiento pasajero; sucede lo mismo con las enfermedades agudas.



4º. Si los paliativos son tan nocivos en las enfermedades crónicas, volviéndolas más pertinaces, la causa es probablemente que tras su primer efecto de oposición a los síntomas, dejan un efecto consecutivo que se asemeja a la afección principal.




5º. Cuanto más concuerden los síntomas patológicos que provoca el medicamento durante su efecto directo, con los de la enfermedad que observamos, tanto más se asemeja al padecimiento artificial que queremos eliminar y más posibilidades de éxito tendremos.



6º. Como puede admitirse casi axiomáticamente que los síntomas del efecto consecutivo son opuestos a los del efecto directo, puede permitírsele a un maestro del arte, en aquellos casos en que los datos que ha obtenido sobre los síntomas de los efectos directos son incompletos, que supla lo que falta con deducciones, es decir, con el contrario de los síntomas del efecto consecutivo. El resultado así obtenido le ayudará a afirmar sus opiniones, sin deber servirle por ello como base absoluta.



Tras estos preliminares, explicaré, mediante ejemplos, mi principio, según el cual para describir las verdaderas propiedades medicamentosas de una sustancia en las afecciones crónicas, deberemos fijarnos en la enfermedad artificial particular que provoca habitualmente en el organismo, a fin de adaptarla a un estado patológico muy análogo que conviene combatir.



Al mismo tiempo veremos cómo se confirma la siguiente proposición, que presenta muchas analogías con la precedente, a saber: que para curar de forma radicla determinados padecimientos crónicos, debemos buscar remedios que provoquen habitualmente en el organismo humano una enfermedad lo más análoga posible.



En los artículos que añadí a la Materia médica de Cullen, ya hice hincapié en que si se administra quina a dosis elevadas provoca en los sujetos sensibles, por otra parte perfectamente sanos, un verdadero acceso de fiebre que ofrece muchas analogías con el de la fiebre intermitente y que se debe probablemente a esta propiedad el hecho de que sea capaz de vencer y curar esta especie de fiebre. La experiencia que tengo ahora me permite asegurar taxativamente esta aserto.



He visto el caso de una mujer sana, nerviosa, de fibra muscular muy contráctil que al tomar hacia la mitad del embarazo cinco gotas del aceite de manzanilla para hacer desaparecer calambres en las piernas y resultar la dosis demasiado fuerte para ella presentó debilidad de memoria, aumento de los calambres, movimientos convulsivos en extremidades y párpados, etc. Durante varios días padeció una especie de movimiento histérico por encima del ombligo y dolores que se asemejaban bastante a los del parto aunque eran más molestos. Ello explica la utilidad de la manzanilla en los dolores consecutivos al parto, el exceso de contractilidad de las fibras musculares y la histeria, cuando se administra en dosis en las que no puede provocar estos fenómenos de forma manifiesta (es decir dosis mucho más pequeña que las que ingirió esta mujer).



Un hombre estreñido, pero por lo demás bastante sano, experimentaba de vez en cuando accesos de vértigo que persistían durante semanas e incluso meses. Ningún aperitivo terminó con el problema. Sabedor de que el árnica produce vértigo, le administré esta raíz durante una semana, aumentando la dosis continuamente y obtuve el resultado deseado. Como esta sustancia es aperitiva, mantenía el abdomen libre mientras era utilizada y esto gracias a su efecto contrario, como paliativo; por ello volvía al estreñimiento en cuanto dejaba de utilizarla, pero el vértigo desapareció para siempre. En otros sujetos he comprobado cómo esta raíz, además de otros muchos efectos, produce náuseas, agitación, ansiedad, humor taciturno, dolores de cabeza, pesadez de estómago, eructos, cólicos con deposiciones frecuentes, poco abundantes y con tenesmo. Fueron estos efectos y no el ejemplo de Stoll quienes me decidieron a emplearla en casos de disentería simple (biliosa). Los síntomas eran: agitación, ansiedad, gran taciturnidad, dolores de cabeza, náuseas, ausencia de gusto, olor rancio, amargor a nivel de la lengua (por otra parte limpia), eructos frecuentes, pesadez de estómago, cólicos continuos, heces sin materia fecal, formadas por mucosidades grises, transparentes, en ocasiones duras y como carúnculas blancas, íntimamente mezcladas con sangre o con hilos de sangre o sin este elemento, en un número no superior a dos por día, acompañadas por tenesmo de lo más persistente y doloroso y por esfuerzos tremendamente penosos.



Pese a que las evacuaciones fuesen poco abundantes, la postración aparecía rápidamente y aumentaba mucho más (sin producirse mejoría, sino más bien agravación de la enfermedad principal) cuando se utilizaban purgantes. En casi todos los casos se trataba de niños incluso de menos de un año, pero también se presentaba en adultos. Habitualmente el régimen y el género de vida eran correctos. Al comparar los síntomas de la enfermedad provocada por el árnica con los que produce la disentería, la gran semejanza entre ambas me permitía oponer el conjunto de los efectos de esta sustancia a la totalidad de los síntomas de la enfermedad. Los resultados positivos no se hicieron esperar y no me vi obligado a utilizar otros remedios. Antes de prescribir la raíz, administraba un emético potente* que sólo tuve que volver a dar en dos ocasiones, porque el árnica habitualmente modificaba la bilis sin alterarla. Este fenómeno se presentaba incluso fuera del cuerpo, cuando se la hace actuar sobre la bilis alterada. El único inconveniente que presentaba el empleo de esta raíz en la disentería es que actuaba como un medicamento contrario frente a la ausencia de materia fecal en las evacuaciones alvinas y que determinaba deyecciones frecuentes -aunque poco abundantes- de heces estercóreas; es decir que a este nivel tan sólo actuaba como paliativo. Por ello al dejar de administrarla aparecía un estreñimiento pertinaz.**

*(Dando sólo eméticos, sin asociarles árnica, sólo desapareció el gusto rancio y amargo durante 2 ó 3 días; por más que prolongué su uso, los demás síntomas permanecieron estacionarios.)
**(También debía aumentar la dosis todos los días, más deprisa de lo que se hace habitualmente con cualquier otro remedio eficaz. Un niño de cuatro años tomó primero cuatro granos al día en una sola vez; posteriormente siete, ocho y nueve granos. Los enfermos de seis y siete años al principio sólo soportaron seis granos llegando al final hasta doce y catorce. Un niño de nueve meses no pudo soportar en un principio más que dos granos mezclados con agua caliente y suministrados en forma de lavativa; posteriormente se alcanzó la dosis de seis granos.)



Debido a esta última característica el árnica resulta probablemente más conveniente contra otro tipo de disentería menos sencilla, acompañada por diarreas frecuentes, puesto que en este caso esta cualidad, al actuar como medio curativo de un efecto directo, su tendencia a provocar frecuentes evacuaciones de heces, y, por su primer efecto indirecto detendrá eficazmente la diarrea. Esto lo ha confirmado la experiencia: el árnica se ha mostrado muy eficaz en las diarreas más rebeldes. Las detiene porque tiende ella misma a producir evacuaciones frecuentes (y por ello sin debilitar al enfermo). Para que resulte verdaderamente efectiva en las diarreas mucosas debe ser administrada en dosis tan mínimas que no aumente de forma evidente las evacuaciones. En las diarreas que se caracterizan por la evacuación de materias acres, corrosivas, se precisan por el contrario dosis más fuertes.



He visto aparecer tumores glandulares a consecuencia del abuso de infusiones de flores de árnica; creo no equivocarme al afirmar que podrá también curarlos cuando sea administrada en dosis moderadas.



La milenrama es excelente para el tratamiento de las hemorragias crónicas si se utiliza en dosis moderadas; mientras que en dosis más elevadas es capaz de provocarlas.


Nada tiene de maravilloso que la valeriana, en pequeñas dosis, cure las afecciones debidas a una irritabilidad excesiva, puesto que dosis más fuertes excitan en gran medida la irritabilidad corporal. He tenido muchas oportunidades de comprobar este hecho.



¿La anagálida y la corteza de la liga blanca poseen tal vez propiedades medicamentosas? Si las experimentamos en dosis elevadas sobre sujetos sanos, sabremos si producen una enfermedad artificial semejante a aquella contra la que han sido prescritas de forma empírica.



La enfermedad artificial específica y las incomodidades particulares provocadas por la cicuta están lejos de estar dh4 con toda exactitud; antes al contrario, libros enteros encierran elogios de esta planta y críticas por el uso empírico que se le ha dado. Bien es cierto que ha provocado salivación, es decir que goza de la capacidad de excitar el sistema linfático, y que podrá resultar muy útil en aquellos casos en que se trate de limitar la actividad excesiva y permanente de los vasos absorbentes.* Como al ser administrada en dosis fuertes produce además de dolores muy intensos a nivel glandular, podemos suponer que en dosis menos elevadas debe resultar, a nivel de las induraciones glandulares dolorosas, el cáncer y los tumores dolorosos debido al abuso de mercurio, el mejor medio no sólo para calmar de forma casi específica este tipo de dolores crónicos de forma más eficaz y duradera que el opio y los demás paliativos que también presenta una cierta tendencia a provocarlos, sino también para fundir esos tumores glandulares ya sean dependientes, como acabamos de expresar, de un exceso de


actividad local o general de los vasos linfáticos, o bien se manifiesten en un cuerpo por otra parte robusto de forma que por así decirlo no resulte más que hacer desaparecer los dolores para que la naturaleza por sí misma sea capaz de vencer el mal. Éste es el caso de los tumores glandulares dolorosos provocados por contusiones externas17.**

*(Cuando la queremos emplear contra la inercia vascular, en un principio sólo ejerce un efecto paliativo; pero de forma insensible su acción disminuye o incluso se anula y entones resulta nociva al provocar un efecto contrario al que pretendemos.)
**(Un niño sano del campo presentó, tras una caída grave, un tumor doloroso en el labio inferior. Al cabo de 4 semanas el tumor aumentó de forma considerable, se volvió más duro y se hizo más doloroso. La aplicación del jugo espeso de cicuta virosa provocó una curación radical al cabo de 15 días (sin recidivas).
Una criada robusta y sana tras haber cargado un fardo muy pesado experimentó una intensísima presión a nivel del seno izquierdo debida a los tirantes del cuévano; se formó un pequeño tumor que al cabo de 6 meses, en el momento que aparecía la regla, aumentaba de tamaño, se hacía más duro y más doloroso. El uso por vía tópica del jugo espeso de cicuta virosa acabó con el padecimiento al cabo de 5 semanas. La curación se hubiera producido antes de no haber dado lugar el remedio a una pequeña herida que provocó la aparición de pústulas dolorosas, lo que obligó a interrumpir su empleo durante unos días.)

En el verdadero cáncer de mama, cuando parece predominar un estado opuesto del sistema glandular y ya hay inercia, la cicuta virosa resultará perjudicial (pese al alivio que procura desde un principio): agravará el mal si, tal y como sucede a menudo, el cuerpo se encuentra debilitado por largos sufrimientos. Su acción nociva lo es tanto más cuanto que se emplea sola y de forma continua durante algún tiempo, lo que suele dar lugar a un debilitamiento del estómago y de todo el cuerpo. Al excitar muy particularmente el sistema glandular, como tantas umbilíferas, es capaz, como ya observaron médicos antiguos, de disminuir la secreción abundante de leche. Si, prescrita a dosis altas, muestra una cierta tendencia a determinar parálisis de los nervios faciales, comprenderemos por qué resultó de una utilidad incontestable en la amaurosis. Ha hecho desaparecer procesos espasmódicos, la tosferina y la epilepsia al ser capaz de provocar convulsiones. Y aún resulta más útil en las convulsiones oculares y el temblor en general pues tomada a dosis altas puede producir esos mismos síntomas. Sucede lo mismo en el vértigo.



Entre los trastornos debidos a la cicuta menor nos encontramos con vómitos, diarrea, cólicos, el cólera y algunos otros (tumefacción generalizada, etc.) y de forma tan particularmente específica (en la idiocia, incluso alternando con la ira), que por ello los médicos prudentes deberían intentar sacar provecho de esta planta en este trastorno por otra parte de tan difícil curación. Yo mismo tenía en mi casa un extracto (jugo espeso) preparado por mí mismo; tomé un grano un día en que habiendo realizado un esfuerzo mental agotador me encontraba distraído e incapaz de leer. Obtuve como resultado una gran disposición hacia trabajos de tipo intelectual, que se prolongó durante horas, hasta que me acosté. A la mañana siguiente me encontraba menos dispuesto.



La cicuta virosa provoca un intenso ardor en el esófago y en el estómago, tétanos, espasmos tónicos de la vejiga, trismus, erisipela facial (dolores de cabeza) y una


verdadera epilepsia. Todas esta enfermedades, contra las cuales no disponemos por el momento de remedios eficaces, encontrarán muy probablemente su remedio en esta raíz cuyo efecto es tan enérgico cuando ha sido prescrita por un médico audaz pero prudente.



El portugués

Amatus observó que cuatro granos de cocculus indicus provocan náuseas, hipo y ansiedad en el adulto. En los animales originan un entumecimiento rápido e intenso que desaparece al poco tiempo cuando la dosis no resulta mortal. Nuestros sucesores podrán utilizarla como un medicamento muy eficaz en cuanto se hayan observado mejor los espasmos que produce. Entre otras sustancias los indios utilizan la raíz de este árbol para combatir las fiebres malignas (asociadas por tanto entumecimiento).



La uva de raposa de cuatro hojas resulta eficaz contra los espasmos. A partir de las observaciones, aún incompletas, que poseemos de los fenómenos patológicos que pueden ocasionar sus hojas, al menos sabemos que provoca calambres a nivel del estómago.



El café en dosis fuertes provoca dolores de cabeza; a dosis moderadas los calma, a menos que se deban a trastornos gástricos o acidez en las vías superiores. Si se toma en gran cantidad, favorece el peristaltismo intestinal y por ello en pequeña cantidad cura diarreas crónicas. Si no fuera por lo que abusamos de esta sustancia, los demás efectos extraordinarios que provoca podrían adaptarse muy bien a otros estados mórbidos semejantes del cuerpo. Como remedio paliativo, de efecto contrario, antídota el opio combatiendo sus propiedades narcóticas e irritantes de la fibra muscular; sus efectos a este nivel son convenientes y suficientes puesto que únicamente debe actuarse sobre síntomas fugaces y no sobre una disposición permanente del cuerpo. Del mismo modo en las distintas fiebres intermitentes en que la ausencia de irritabilidad y la rigidez excesiva musculares no permiten el uso por otra parte específico de la quina, éste, tomado en gran cantidad, parece hacerlas desaparecer, pero sólo actúa como paliativo y en este caso la duración de su acción directa es de tan sólo dos días.



La dulcamara a dosis fuertes produce entre otras cosas una tumefacción importante de las partes enfermas y dolores intensos o insensibilidad a esos niveles, incluso parálisis de la lengua (¿y del nervio facial?). Por ello no debe sorprendernos que, a dosis moderada, esta planta resulte útil en trastornos paralíticos, amaurosis y sordera que aún resulte más útil en la parálisis lingual. Debido a estas dos primeras cualidades es uno de los principales remedios contra el reumatismo crónico y los dolores osteócopos consecuencia del abuso de preparados mercuriales. Debido a su capacidad de provocar estranguria ha resultado útil en la gonorrea rebelde y, en virtud de su disposición a producir en la piel comezón y hormigueo, también es útil contra numerosas afecciones cutáneas y antiguas úlceras, incluso contra las que se deben al abuso de mercurio. Como administrada a dosis elevadas provoca movimientos convulsivos en las manos, los labios y los párpados, así como temblor de las extremidades, entenderemos fácilmente


por qué resulta tan útil en los espasmos. En el furor uterino seguramente resultará de utilidad al excitar de forma específica los nervios de los órganos reproductores ya que a dosis elevadas da lugar en ellos a comezón y dolores.



Las bayas de la hierba mora negra provocan contorsiones extrañas en las extremidades así como delirio: por ello es probable que esta planta resulte útil en la demonomanía (locura con contorsiones a nivel de las extremidades y parloteo singular, enfático, a menudo ininteligible que antaño era tomado como profético o como un idioma extranjero), sobre todo cuando existe al mismo tiempo dolor epigástrico; estos dolores los provocan las bayas cuando son administradas en dosis elevadas y por ello los hacen desaparecer si se toman en pequeñas dosis. Al provocar esta planta erisipela facial, podría resultar útil contra este padecimiento: esto ha sido demostrado utilizándola por vía tópica. Ingerida, la hierba mora negra determina en mayor medida que la dulcamara, por su efecto directo, una hinchazón de las partes externas del cuerpo, es decir que obstaculiza momentáneamente la acción del sistema absorbente de forma que su gran propiedad diurética no es más que el efecto consecutivo indirecto. De esta forma resulta fácil comprender -al explicarla por su analogía de acción- su propiedad curativa en la hidropesía, propiedad ésta tanto más preciada cuando la mayor parte de las sustancias que poseemos contra este padecimiento tan sólo ejercen un efecto contrario (al excitar de forma lenta y pasajera al sistema linfático) y son por consiguiente paliativos incapaces de operar una curación duradera. Como por otra parte, al ser administrada en dosis elevadas produce no sólo edemas sino también hinchazón generalizada con inflamación, dolores pruriginosos y ardientes insoportables, rigidez de las extremidades, erupción pustulosa, descamación cutánea, úlceras, costras gangrenosas, etc., no deberá extrañarnos que al aplicarla tópicamente sea capaz de curar diferentes dolores y determinadas inflamaciones. Pero al reunir todos los síntomas patológicos que provoca la hierba mora negra no deberemos olvidar su semejanza sorprendente con las convulsiones, para las cuales resultará seguramente específica.



Es casi seguro que la belladonna resultará muy útil, si no contra el tétanos, al menos contra el trismus (que ella misma es capaz de provocar) y en la disfagia espasmódica (que también determina de forma específica); ambos resultados se deben a su acción directa. No me atrevo a afirmar si su poder de calmar la rabia, caso de que lo presente, proviene de la última propiedad que acabo de citar, o bien al mismo tiempo de su acción paliativa que permite la supresión durante algunas horas de la irritabilidad y la sensibilidad tan acusadas en la hidrofobia. Su propiedad de disminuir y fundir las glándulas induradas, dolorosas, ulceradas, se explica por qué es capaz de provocar directamente a nivel de estos tumores glandulares, un dolor tenebrante, royente. Me parece no obstante que en aquellos que provienen de una excesiva irritación del sistema linfático sólo actúa de forma opuesta, es decir paliativa y tan sólo durante muy poco tiempo (con agravación ulterior, como sucede con todos los paliativos de las afecciones crónicas); por el contrario, actúa de forma permanente y duradera en aquellos casos cuya causa es una atonía del sistema linfático. Sería por tanto eficaz en los casos de induración glandular en que la cicuta no actúa y viceversa. No obstante como cuando se toma durante cierto tiempo acaba agotando -por su efecto consecutivo indirecto- todo el cuerpo y que incluso dosis pequeñas o administradas a intervalos demasiado cortos pueden provocar fácilmente fiebre gangrenosa, sucede que todo el bien que puede hacer


resulta minimizado debido a estos inconvenientes consecutivos a su utilización y la enfermedad termina de forma enojosa (sobre todo en los sujetos enfermos de cáncer y cuyas fuerzas están agotadas en ocasiones tras varios años de sufrimientos), a menos que se emplee con prudencia y en sujetos robustos. Provoca de forma directa delirio furioso (así como un tipo de espasmos tónicos que ya hemos mencionado antes); por otra parte da lugar como efecto consecutivo a espasmos crónicos (convulsiones), resultado de su acción directa que consiste en la suspensión de las funciones animales y naturales. Por ello en la epilepsia con delirio siempre ha resultado muy eficaz, mientras que la acción contraria (paliativa) del remedio se limita, en lo que concierne a la epilepsia, a una simple modificación de forma que la transforma en temblores y otros accesos espasmódicos similares, propios de organismos débiles e irritables. Cualquier espasmo determinado por la acción directa y primera de la belladonna es de tipo tónico; hay que añadir no obstante que los músculos se encuentran en un estado de relajación semejante al que se observa en la parálisis; sin embargo la ausencia de irritabilidad conduce a una especie de inmovilidad y a una sensación de constricción. El delirio que provoca toma un carácter furioso y precisamente calma este delirio al quitarle al menos esta característica. Suprime, por su efecto directo, la memoria; agrava o incluso produce nostalgia de lo que me he podido apercibir en varias ocasiones por experimentación. ( Por este motivo será útil contra el debilitamiento de la memoria.)



El aumento de las secreciones urinaria y cutánea, del flujo menstrual y de la saliva es tan sólo la consecución del estado opuesto del cuerpo que deja tras él un exceso de irritabilidad o al menos de sensibilidad durante el estado consecutivo indirecto, cuando se ha agotado el efecto primitivo directo de la belladonna. Durante el mismo todas estas secreciones -tal y como he observado en varias ocasiones- quedan suprimidas a menudo durante diez o más horas, sobre todo tras la utilización de dosis fuertes. Así pues, en los casos en que estas secreciones se encuentran dificultadas y producen análoga aleja esta dificultad de forma duradera y enérgica, cuando se debe a la rigidez de la fibra muscular y a la falta de irritabilidad y de sensibilidad. Y hablo a propósito de enfermedades graves, puesto que sólo contra éstas puede permitirse la prescripción de remedios tan violentos y que precisan tanta circunspección. Incluiremos aquí varios tipos de hidropesía y de clorosis, etc. La tendencia de la belladonna a paralizar los nervios ópticos la convierte, como medicamento semejante, en un remedio muy importante contra la amaurosis*. Por su mecanismo directo determina insomnio, y el sueño profundo subsiguiente no es más que una consecuencia del estado opuesto debido a que cesa esta acción. Gracias a esta enfermedad artificial la belladonna actuará por consiguiente de manera mucho más duradera que ningún otro paliativo sobre un insomnio habitual.

*(He comprobado en varias ocasiones su gran utilidad en el tratamiento de esta enfermedad.)

Se asegura que ha demostrado su gran eficacia en el tratamiento de la disentería, probablemente porque por su acción directa interrumpe las evacuaciones alvinas en la disentería más corriente que se caracteriza por la ausencia de materias estercóreas y por la escasez de deyecciones; no sucede en absoluto lo mismo con las diarreas disentiformes, lientéricas, en las que resulta muy nociva.


Es capaz de desencadenar una apoplejía y si, tal y como se pretende, tiene un efecto beneficioso en la apoplejía serosa, se lo debe a esta propiedad. Por otra parte, por su acción indirecta determina ardor interno con aumento de temperatura en las zonas externas. Esta acción perdura doce, veinticuatro y hasta cuarenta y ocho horas. Por ello no deberá repetirse la dosis antes de dos días. Si se renueva con frecuencia, incluso en pequeñas dosis equivale en cuanto a su peligrosidad a una dosis fuerte. La experiencia confirma esta aseveración.



El beleño a dosis elevadas por su acción indirecta produce una gran disminución del calor vital y relaja durante algún tiempo el tono: por ello a dosis moderadas es un excelente paliativo externo e interno contra los trastornos súbitos debidos a tensión e inflamación de los músculos. Pero no se trata aquí de adentrarnos en este tema; tan sólo destacaremos que gracias a esta propiedad, se utilice el beleño a las dosis que sea, tan sólo da lugar a un efecto paliativo bastante incompleto sobre los trastornos crónicos que se debe a contracciones musculares y que en general más bien los agrava que los mejora por su efecto consecutivo indirecto, contrario a su efecto primario. Por otra parte en la atonía crónica muscular resultará muy útil como coadyuvante de los tónicos puesto que por su efecto primario debilita y en consecuencia restaura las fuerzas de forma mucho más duradera. Además goza de la facultad de determinar, a dosis elevadas, hemorragias, fundamentalmente epistaxis y regreso frecuente de la menstruación: esto me lo ha demostrado la experiencia. Un hecho muy llamativo es la enfermedad artificial provocada por dosis altas de esta planta: provoca una alienación mental sin sentimiento de temor,* con desconfianza, ánimo peleador y vengativo acompañada de expresiones ofensivas, malintencionadas y de actos violentos (por ello los antiguos denominaban al beleño con el nombre de “altercum”). Fundamentalmente cura esta especie de alienación mental aunque la rigidez muscular impide en ocasiones que se prolongue la curación. También es posible que cure la dificultad para mover las extremidades, la insensibilidad de las mismas y los trastornos apopléticos que es capaz de provocar. Prescrita en grandes cantidades da lugar, por su efecto primario directo, a convulsiones: por ello resultará útil en la epilepsia y probablemente también en la pérdida de memoria que habitualmente complica a este trastorno; por sí mismo puede dar lugar a una disminución de la capacidad intelectual.

*(El efecto consecutivo indirecto es una especie de timidez con temor.)

La capacidad del beleño de provocar directamente insomnio con sensación continua de sueño le convierte en un remedio mucho más duradero que el opio en la pérdida crónica de la memoria pues este último a menudo no es más que un paliativo y por añadidura el beleño mantiene el vientre libre aunque esto no sea más que una acción consecutiva indirecta tras la ingestión de cada nueva dosis; por consiguiente su acción tan sólo es paliativa. Por su acción directa da lugar a tos seca y sequedad de boca y nariz lo que le convierte en un remedio muy útil en la tos irritativa y probablemente también en la obstrucción nasal. La secreción crónica nasal y la salivación da lugar a espasmos en los músculos faciales y lo ojos y al actuar sobre el cerebro determina vértigos y dolor a meníngeo. El médico práctico sabrá aprovechar estos datos.





El efecto directo apenas dura dos horas.



El estramonio provoca sueños extraños en estado de vigilia: el enfermo no distingue los objetos que le rodean, a menudo confunde a las personas y delira en voz alta como aquellos que hablan durante el sueño. Cura de forma específica este tipo de manías. Da lugar de forma muy especial a convulsiones y por ello es muy eficaz en la epilepsia. Estas dos propiedades lo convierten en un medicamento útil en la demonomanía.



La capacidad de suprimir la memoria podría animar a los médicos a emplearlo en casos de debilidad de esta capacidad intelectual. Es útil principalmente en el exceso de movilidad muscular porque por sí mismo, prescrito a dosis elevadas y durante su efecto directo, la favorece. Los síntomas que produce de forma directa son: calor y midriasis, una especie de hidrofobia, enrojecimiento y edema facial, convulsiones de los músculos oculares, estreñimiento y respiración difícil; de forma consecutiva: pulso lento, blando, sudores y sueño. El efecto directo de las dosis elevadas dura aproximadamente veinticuatro horas; el de las dosis débiles tan sólo tres horas. Los ácidos vegetales, sobre todo el cítrico, impiden de forma inmediata que se manifieste cualquiera de sus efectos.( Un enfermo al que dos granos del jugo espeso de esta hierba habían agotado cada vez que los tomó, no experimentó en una ocasión este síntoma: había comido gran cantidad de grosellas; una dosis importante de escama de ostra pulverizada restableció de forma inmediata la eficacia del estramonio.)



Las demás variedades del estramonio parecen actuar de forma semejante.



Las propiedades específicas del tabaco se deben, entre otras cosas, al poder de esta sustancia de debilitar los sentidos externos; por ello debería obtenerse algún resultado en la idiocia.



Tomado en pequeñas cantidades excita de forma bastante intensa las fibras musculares de las vías superiores, propiedad muy a tener en cuenta como remedio temporal con efecto contrario (hecho reconocido, pero al que no podemos referirnos aquí); por otra parte y como remedio semejante resultará útil en los vómitos que tienden a cronificarse, en la predisposición a los cólicos y en la contractura espasmódica de la garganta. Estos fenómenos ya han sido confirmados en parte por la experiencia. Disminuye la sensibilidad de las vías superiores: a ello se debe su propiedad paliativa de disminuir el apetito (¿y la sed?). A dosis fuertes despoja a los músculos voluntarios de su irritabilidad y suspende de forma temporal la influencia que sobre ellos ejerce el cerebro. Es posible que esta propiedad le de al tabaco, en su calidad de remedio de propiedades análogas, virtudes curativas a nivel de la catalepsia; pero precisamente gracias a esta propiedad su empleo prolongada y excesivo (en los fumadores e inhaladores de rapé, por ejemplo) ejerce una influencia tan nefasta sobre el estado de los músculos que rigen las funciones animales que aparece, con el tiempo, una predisposición a la epilepsia, la hipocondría y la histeria. La utilización del tabaco es muy conveniente en los alienados: y ello se debe al instinto que lleva a estos desgraciados a procurarse, de forma paliativa, una cierta insensibilidad a nivel de hipocondrios* y del cerebro, focos habituales de sus sufrimientos. Como medicamento


contrario, tan sólo les procura un alivio temporal; el deseo de tabaco aumenta sin cesar, y no basta para obtener resultados; en este caso el trastorno mental regresa tanto más cuanto más breve es la duración del efecto de esta planta. Este efecto directo tan sólo dura algunas horas, salvo que las dosis sean muy fuertes en cuyo caso llega a durar hasta un máximo de veinticuatro horas.

*(Mencionaremos aquí la sensación de hambre, en ocasiones insaciable, que experimenta un gran número de alienados y que parecen combatir con el tabaco. Observamos que algunos enfermos de este tipo, sobre todo los melancólicos, no experimentan ningún deseo de consumir tabaco. )

Los granos de la nuez vómica son una sustancia eficaz, pero los fenómenos mórbidos que provoca no se conocen aún lo suficientemente bien. La mayoría de aquellos que he grabado en mi memoria provienen de mis propias observaciones.



Estos granos producen vértigos, ansiedad, escalofríos, etc., y durante el efecto consecutivo una cierta inmovilidad de todas las partes del cuerpo, al menos de las extremidades y desperezamientos según se administra una cantidad más o menos importante. Por ello se utilizan mucho no sólo en fiebres intermitentes en general, sino también en fiebres congestivas. Como consecuencia del efecto primitivo directo la fibra muscular se vuelve muy móvil, la sensibilidad se exalta en gran medida, hasta llegar a una especie de ebriedad con timidez y predisposición a asustarse. Se presentan convulsiones. Esta acción persistente sobre la fibra muscular parece agotar la irritabilidad para las funciones animales en principio y posteriormente para las funciones vitales. Cuando se presenta el efecto consecutivo indirecto, disminuye la irritabilidad al principio para las funciones vitales (transpiración en general), posteriormente para las funciones animales y en último lugar para las funciones naturales. Este efecto consecutivo persiste, sobre todo en las últimas que hemos mencionado, durante varios días: la sensibilidad disminuye durante el efecto consecutivo. No me atreveré a afirmar que el tono de los músculos se debilita en el efecto primitivo directo, pero es absolutamente cierto que la contractilidad muscular disminuye tanto en el efecto consecutivo como aumentó en el efecto directo.



La nuez vómica provoca un acceso que se asemeja mucho a los paroxismos histéricos e hipocondríacos y comprenderemos fácilmente por qué se ha mostrado tan a menudo eficaz en el tratamiento de estos trastornos.



La tendencia de esta sustancia a determinar a nivel muscular, por su acción primitiva directa, muestra una analogía tan grande con la epilepsia que podríamos concluir que es capaz de curarla de no ser porque esto ya ha sido demostrado con anterioridad por la experiencia.



Además de los vértigos, la ansiedad y los escalofríos produce una especie de delirio que consiste en extrañas visiones, en ocasiones espantosas y en tensión a nivel de estómago; por ello curó con gran rapidez, en un obrero trabajador e inteligente del campo, una


fiebre que empezaba con una sensación de tensión a nivel del estómago a lo que pronto se añadió un vértigo que le hacía caer de espaldas. Tras este vértigo aparecía una especie de trastorno del espíritu con visiones espantosas, ideas hipocondríacas, ansiedad y lasitud. Por la mañana se encontraba bastante bien y en absoluto agobiado; el acceso empezaba hacia las dos de la tarde. Tomó cada día una dosis de nuez vómica que fue incrementándose cada vez; a partir de la cuarta dosis (algunos granos) empezó a aparecer gran ansiedad con inmovilidad y rigidez de las extremidades; esta ansiedad desaparecía al presentarse una abundante transpiración. La fiebre y los accesos nerviosos desaparecieron para no volver aunque desde hace varios años experimenta de vez en cuando alguno de estos súbitos paroxismos, a menudo sin fiebre.



En una fiebre disentérica (sin disentería) que traté en varias personas que vivían en una casa en la que ciertos sujetos presentaban disentería, utilicé la virtud que presenta la nuez vómica de provocar espasmos del bajo vientre, ansiedad y pesadez de estómago. Disminuía en estos casos y de forma muy eficaz el malestar general, la taciturnidad, la ansiedad y la pesadez de estómago. Obtuve los mismos resultados en personas que presentaban disentería; pero como esta enfermedad era simple y no se acompañaba de diarrea, disminuyó las evacuaciones, en virtud de su propiedad de producir estreñimiento. No tardaron en manifestarse signos de descomposición de la bilis, y las excreciones disentéricas, aunque infrecuentes, se acompañaban de un tenesmo tan recalcitrante como antes y de mala naturaleza. El gusto desaparecía o era malo. Por ello la disposición a disminuir el movimiento peristáltico se hizo fastidiosa en la verdadera disentería simple; pienso que resultará más útil, al menos como paliativo, en las diarreas incluso disenteriformes. He visto aparecer, durante su uso, movimientos clónicos, como provocados por un animal vivo, a nivel de las extremidades y sobre todo de los músculos abdominales.



Se ha observado que el haba de San Ignacio es capaz de provocar temblores que persisten durante algunas horas, convulsiones, espasmos, humor desabrido, risa sardónica, vértigo y sudores fríos. Se han obtenido efectos beneficiosos en casos semejantes. Produce un escalofrío febril y (¿durante su efecto consecutivo?) rigidez de las extremidades. Por ello ha resultado útil, por un efecto semejante, en las fiebres intermitentes rebeldes al tratamiento con quina. Se trataba probablemente de fiebres intermitentes simples complicadas con una sensibilidad e irritabilidad excesivas (sin duda a nivel de las primeras vías). No obstante los demás síntomas que provoca deberían ser observados más minuciosamente para así adaptarla a los casos a los que conviene por la similitud de sus manifestaciones.



La digital da lugar a náuseas agotadoras; su uso continuado produce a menudo una verdadera bulimia. Provoca una especie de trastorno psíquico, bastante difícil de reconocer pues tan sólo se manifiesta con palabras incoherentes, una especie de obstinación, testarudez, desobediencia hipócrita, propensión a huir, etc.; estos síntomas impiden con frecuencia la continuidad del tratamiento. Como da lugar, por otra parte y por efecto directo, a intensos dolores de cabeza, vértigo, molestias estomacales, considerable disminución de la fuerza vital, sentimiento de muerte inminente, enlentecimiento del pulso y disminución del calor vital, comprenderemos sin dificultad


en qué tipo de alienación mental podría resultar eficaz. En efecto se ha utilizado en varios casos de este padecimiento; debe lamentarse no obstante que no se hayan anotado los síntomas con todo detalle.



Provoca a nivel glandular una sensación de prurito y dolor, lo que la hace recomendable en el tratamiento de tumores glandulares.


Inflama las glándulas de Meibomio y por ello seguramente sea capaz de curar estas inflamaciones. En general parece enlentecer la circulación sanguínea y por otra parte excita el sistema de los vasos absorbentes y se muestra útil sobre todo cuando hay inercia a nivel de estas funciones. Remedia la primera por un efecto análogo a la segunda, gracias a su efecto contrario. Pero como su acción directa se prolonga bastante (existen ejemplos de cinco y seis días) puede también, como remedio contrario, actuar como medio curativo duradero. Esta última consideración es la que se aplica a su propiedad diurética en la hidropesía; es contraria y paliativa, pero no obstante persistente y esto es lo que proporciona su valor.



Durante su efecto consecutivo, altera el pulso al que acelera y endurece; por ello conviene menos a enfermos que presenten un pulso análogo (febril) que a aquellos que lo presenten tal y como aquel al que da lugar la digital durante su efecto directo, es decir, lento y amplio. Las convulsiones que provoca a dosis elevadas la sitúan entre los antiepilépticos; probablemente resulte beneficiosa en determinadas condiciones que dependen de los demás síntomas mórbidos a los que da lugar. Tras su empleo, los enfermos ven a menudo los objetos de un color distinto al real, y la vista se oscurece. Curará por ello las enfermedades análogas de la retina. He comprobado que si se asocia a sales alcalinas se neutraliza su capacidad de provocar diarreas, lo que en ocasiones impide la curación.



Como el efecto directo de la digital persiste durante varios días y en ocasiones incluso más (pues existe un hecho destacable sobre el que deberemos fijar nuestra atención durante el tratamiento y es que cuanto más se prolonga su uso, más persiste el efecto directo de cada dosis), comprenderemos cuán equivocados están aquellos que la prescriben en pequeñas dosis pero repetidas con frecuencia. De esta forma la primera dosis aún no ha agotado su acción y ya se está administrando la sexta o la octava. Ignoran que de esta forma hacen ingerir una enorme cantidad de este remedio que a menudo da lugar a un final fatal.* Basta con una sola dosis cada tres días, o todo lo más cada dos días y por lo general cuanto más se prolonga su empleo, mayores deben ser los intervalos.

*(En Edimburgo, una mujer tomó durante tres días hojas de digital en polvo, en dosis de dos granos tres veces al día y pese a que las dosis eran tan pequeñas, falleció tras seis días de vómitos. Pero deberemos considerar que fué casi como si hubiera tomado dieciocho granos a la vez.)


(Mientras actúa directamente deberemos abstenernos de prescribir quina: esta sustancia aumenta, hasta la agonía, la ansiedad provocada por la digital.)


El pensamiento actúa multiplicando las erupciones cutáneas muestra de esta forma su poder para curarlas de forma eficaz y duradera.


La ipecacuana se emplea con éxito en aquellas afecciones entre las que ya ha actuado la naturaleza con escaso éxito debido a que no resulta suficientemente enérgica. En este caso la ipeca ofrece a los nervios del orificio cardíaco, la zona más sensible del órgano de la fuerza vital, una sustancia que le resulta absolutamente repugnante y que al originar asco, náuseas y ansiedad actúa de forma casi análoga a la de las materias mórbidas que se pretenden expulsar. Contra esta doble resistencia emplea sus fuerzas la naturaleza de forma opuesta y las materias mórbidas se eliminan de esta forma más fácilmente; así aparece la crisis en las fiebres, se despejan las obstrucciones a nivel de las vísceras abdominales, el pecho y el útero y son transportados a la piel los miasmas de las enfermedades contagiosas; el espasmo a que da lugar la ipecacuana puedo con el espasmo que se presenta en ese momento; la raíz tonifica y da libertad a los vasos sanguíneos que se encuentran relajados o irritados por una sustancia acre que se ha depositado en ellos o bien que están predispuestos a hemorragias. Su acción es más manifiesta en la inclinación crónica a vómitos sine materia. Se administra en estos casos en muy pequeñas dosis para dar lugar a frecuentes náuseas y con cada nueva dosis las ganas de vomitar aparecen más raramente e incluso desaparecen durante más tiempo que con el uso de cualquier paliativo.



La adelfa, capaz de provocar palpitaciones, ansiedad y desfallecimiento puede dar también buenos resultados en determinadas palpitaciones crónicas y tal vez incluso en la epilepsia. Ocasiona hinchazón en el bajo vientre, disminuye el calor vital; en una palabra, parece ser una de las plantas más eficaces.



El desconocimiento reinante aún en nuestros días sobre los síntomas mórbidos provocados por la corteza de Malabar no nos permite buscar de forma racional sus verdaderas virtudes medicamentosas. No obstante, como en primera instancia aumenta las evacuaciones alvinas, parece, por la analogía de sus efectos, capaz de detener las diarreas.



La gayuba, cuya acritud es perceptible por nuestros sentidos, posee la propiedad muy peculiar de dar lugar bastante a menudo a disuria, emisión involuntaria de orina, etc., lo que presagia una cierta tendencia de esta planta a provocar por sí misma semejantes resultados y a curar de forma duradera trastornos de este tipo. Tal y como era de esperar, esto ha sido ya demostrado por la experiencia.


El redodendro de flores blancas produce en las zonas afectadas dolor quemante, picoteante y pungitivo y es capaz de curarlo y la experiencia demuestra que por un efecto análogo actúa sobre dolores de diferentes naturalezas localizados a nivel de las extremidades. Da lugar a una cierta dificultad respiratoria y a erupciones cutáneas; por ello será útil en afecciones de este tipo así como en oftalmías, al ser capaz de provocar lagrimeo y comezón a nivel de los ojos.



Mis observaciones del romero silvestre me han llevado a reconocer que entre otras propiedades goza de la de dificultar la respiración que se hace dolorosa; por ello es eficaz en la tosferina. Probablemente también en la disnea. Tal vez podría ser útil igualmente en el dolor de costado inflamatorio puesto que su capacidad de disminuir en tan gran medida (¿en su acción consecutiva?) el calor de la sangre, acelera la curación. Produce una sensación de dolor lancinante en todas las zonas del cuello; por ello es muy útil en las amigdalitis maligna e inflamatoria. También he podido observar su propiedad específica de dar lugar en la piel a un prurito incómodo por lo que es muy útil en el tratamiento de afecciones crónicas de la piel. La ansiedad y los desfallecimientos consecutivos a su uso, indican su utilidad en casos semejantes. Como diurético, ejerce un efecto pasajero y opuesto y, administrado al mismo tiempo como diaforético, puede probablemente curar la hidropesía, sobre todo la aguda. Sobre estas propiedades se fundamenta el mayor o menor grado de eficacia que se le atribuye en el tratamiento de la disentería. Pero tal vez no nos encontrásemos verdaderamente ante una disentería sino ante diarreas dolorosas que a menudo se confunden con ella. Puede probablemente actuar como paliativo en las diarreas, acelerar su curación y contribuir a acabar con ellas; sin embargo he observado que siempre fracasa en el tratamiento de la disentería simple, verdadera. El debilitamiento que determina en el enfermo impedía prolongar su uso y no cambiaban el aspecto de las heces ni las características de las excreciones, pese a que éstas disminuían. Los fenómenos de descomposición biliar se manifestaban con su uso con mayor frecuencia que si se abandonaba al enfermo a las fuerzas de la naturaleza. Provoca en ellos mal humor con unas características muy especiales, da lugar a dolores de cabeza y obnubilación; las extremidades inferiores vacilan, se dilatan las pupilas (tal vez estos dos últimos síntomas o al menos el último, sólo se presenten durante el efecto consecutivo). Para un niño de seis años bastan diez granos en infusión cada veinticuatro horas.



El efecto primario directo del opio consiste en exaltar de forma pasajera las fuerzas vitales y en dar mayor tonicidad a los vasos y los músculos, principalmente a aquellos que presiden las funciones animales y vitales. Excita los centros del alma, la memoria, la imaginación y las pasiones. Administrado a dosis moderadas provoca cierta aptitud para los negocios, vivacidad en el habla, agudeza; trae recuerdos del pasado, incita al amor, etc. En dosis fuertes da valor, arrojo, loca alegría, lascivia; en dosis aún mayores provoca accesos de locura furiosa y convulsiones. En todos estos casos, la espontaneidad y la libertad de espíritu desde el punto de vista del sentimiento, el juicio y la actividad, están tanto más afectados cuanto mayor ha sido la dosis. De ahí proviene el déficit de percepción de las influencias extrañas desagradables, los dolores, etc. Pero este grado no dura mucho: poco a poco se pierden las ideas, las imágenes se desvanecen gradualmente, los músculos se relajan y sobreviene el sueño. Si prolongamos la administración y vamos aumentando la dosis, obtendremos (por efecto consecutivo


indirecto): debilidad general, somnolencia, pereza, malestar con taciturnidad, tristeza, pérdida de la memoria, insensibilidad, idiocia, hasta que otra dosis de opio u otra sustancia análoga determine una nueva excitación. Por efecto directo la irritabilidad muscular parece disminuir a medida que aumenta la tonicidad; por el efecto consecutivo, por el contrario, disminuye esta última predominando la primera.* El efecto directo proporciona al espíritu, en menor medida que el consecutivo, libertad de sentir (dolor, pena, etc.) por ello es capaz de calmar los dolores.

*(Se manifiesta una sensibilidad muy pronunciada a las influencias desagradables tales como el espanto, la pena, el temor, el viento fuerte, etc. Poco importa si en esta situación consideramos a la motilidad muscular como exaltación de la irritabilidad, en todo caso su esfera está muy limitada ya se encuentren los músculos demasiado relajados, no pudiéndose contraer mucho, ya se encuentren demasiado contraídos y muy poco relajados con lo cual no son capaces de realizar un acto enérgico. En tal estado muscular, hay por supuesto tendencia a las inflamaciones crónicas.)

(En aquellos casos que tan sólo reclaman la acción directa a nivel cardíaco, deberemos repetir la dosis cada tres o cuatro horas, es decir antes de que sobrevenga el efecto consecutivo relajante que exalta la irritabilidad. En todas estas circunstancias sólo actúa como paliativo y de forma opuesta. Si lo empleamos así jamás resultará tónico, sobre todo en aquellos casos de debilidad crónica. Pero aquí no estamos tratando sobre este trastorno.)



Si por el contrario queremos debilitar de forma duradera el tono muscular (y llamo tono a la capacidad que presenta de contraerse y relajarse totalmente) y disminuir, de la misma forma, su irritabilidad demasiado débil, como sucede en algunos casos de manía, entonces obtendremos ventajas empleando el opio como medio de efecto análogo, aumentando la dosis progresivamente y aprovechando así el efecto consecutivo indirecto. Según este mismo principio deben juzgarse los ensayos realizados con el opio contra verdaderas inflamaciones, como por ejemplo el dolor de costado. En estos casos resulta necesaria una dosis cada doce a veinticuatro horas.



Pero al parecer se ha empleado también este efecto consecutivo directo como medio curativo análogo; que yo sepa esta prueba no se ha realizado con ningún otro medicamento. Se ha utilizado el opio con gran éxito no contra verdaderos trastornos sifilíticos (era erróneo creer esto) sino contra los trastornos tan frecuentes debidos al abuso de mercurio en las enfermedades venéreas y que a menudo son mucho más graves que la sífilis en sí misma.



Al tener que explicar esta forma de administrar el opio, voy a hacer algunas observaciones sobre la naturaleza de la sífilis y al mismo tiempo expresaré todo aquello que tengo que decir a propósito del mercurio en general.



El origen de la sífilis es un virus que, además de las otras propiedades que manifiesta en el cuerpo humano tiene una gran tendencia a provocar tumores glandulares que se


inflaman y supuran (¿a debilitar el tono?), a relajar los músculos y disminuir tanto su cohesión que se producen multitud de úlceras que se extienden y cuya forma redondeada presagia su incurabilidad; también exalta la irritabilidad. Como un trastorno tan crónico no podría curarse más que a través de un medio que determinase un estado análogo a la sífilis, resultaba imposible que se descubriera un remedio más eficaz que el mercurio.



La propiedad del mercurio de provocar cambios a nivel del organismo humano consiste principalmente en excitar, por efecto directo, al sistema glandular (y en dejar tras él, por efecto indirecto, induraciones glandulares); en disminuir en tal medida el tono de los músculos y su cohesión que se desarrollan multitud de úlceras que se extienden y cuya incurabilidad se pone de manifiesto por su forma redondeada; y por último en exaltar en gran medida la irritabilidad y la sensibilidad.



Estas propiedades específicas han sido comprobadas por la experiencia. Pero como no existe ningún remedio cuyo efecto sea tan semejante al de la enfermedad que nos proponemos curar, la enfermedad mercurial (los cambios y síntomas corrientes que provoca el mercurio en el cuerpo) difiere siempre mucho de la naturaleza de la sífilis. Las úlceras sifilíticas sólo se encuentran en las zonas más superficiales, sobre todo en las úlceras deuteropáticas (las úlceras primitivas se extienden muy lentamente); en lugar de pus, segregan un humor viscoso; sus bordes apenas se elevan por encima del nivel de la piel (excepto si se trata de úlceras protopáticas) y son por así decir totalmente indoloras (me refiero a las protopáticas consecutivas a la infección primaria, exceptuando el chancro y el bubón supurantes).



Las úlceras debidas al uso de preparados mercuriales penetran más profundamente en los tejidos (aumentan rápidamente de tamaño); son excesivamente dolorosas y producen por una parte una secreción acre, tenue y a un tiempo se encuentran recubiertas por una capa caseosa; sus bordes son contorneados. Los tumores glandulares de la afección sifilítica sólo persisten unos días, o desaparecen rápidamente o empiezan a supurar. La actividad de las glándulas afectadas por el mercurio resulta excitada por el efecto directo de esta sustancia (así este compuesto metálico hace desaparecer tumores glandulares debidos a otras causas) o bien el efecto consecutivo indirecto las deja en un estado de induración fría: el virus sifilítico endurece el periostio de las zonas más superficiales, no recubiertas por músculos y da lugar a intensos dolores.



Hoy en día, este virus jamás es responsable de caries ósea, tal y como he podido comprobar a partir de algunas investigaciones que he realizado con la intención de convencerme de lo contrario. El mercurio aniquila la cohesión de las partes sólidas, no sólo de los músculos sino también de los huesos; en primera instancia afecta a los huesos más esponjosos, más recubiertos de músculos y la carie progresa tanto más rápidamente cuanto más se prolongue el uso de este metal.


Las heridas debidas a traumatismos se transforman, al utilizar mercurio, en viejas úlceras difíciles de curar, lo que no sucede con la sífilis. Los temblores que se presentan en la afección mercurial no se encuentran en la sífilis. Los preparados mercuriales dan lugar a una fiebre lenta, muy agotadora, con sed y adelgazamiento considerable y rápido. El adelgazamiento y el debilitamiento debidos a la sífilis son graduales y jamás demasiado acusados. El exceso de sensibilidad y la insensibilidad que se observan en la enfermedad consecutiva al abuso de mercurio se deben a este metal y no a la sífilis.



La mayor parte de estos síntomas parecen ser más bien el efecto consecutivo indirecto que el efecto directo del mercurio.


He revisado estos detalles porque los practicó a menudo tienen grandes dificultades* para distinguir la afección mercurial crónica de los trastornos debidos a la sífilis y así combaten, mediante el empleo prolongado de mercurio y en perjuicio de gran número de enfermos, síntomas que consideran venéreos y que de hecho son mercuriales. Mi principal interés llegados a este punto se centra en la descripción de los accidentes mercuriales para demostrar la eficacia del opio como remedio de efecto semejante.

*(Incluso Stoll (ratio medendi, t. III, p. 442) duda de la existencia de signos contrarios de la curación completa de la enfermedad venérea: y ello porque ignoraba los signos que diferencia a esta enfermedad de la afección sifilítica.)

El opio, por efecto directo y administrado al menos cada ocho horas reanima, por su acción contraria, las fuerzas del sujeto infectado por el mercurio y calma la irritabilidad. Pero el resultado sólo se obtiene si se administran dosis fuertes en relación con la debilidad y la irritabilidad, al igual que sólo resulta útil a dosis elevadas y repetidas con frecuencia contra la gran irritabilidad de los sujetos histéricos e hipocondríacos y contra la excesiva sensibilidad de las personas agotadas. No obstante el organismo parece volver a sus fueros; se produce una transformación secreta en la economía y la enfermedad mercurial poco a poco se va remontando. A medida que los enfermos se restablecen, sólo soportan dosis cada vez más pequeñas. Así es como la afección mercurial parece en efecto calmarse gracias a la virtud paliativa, contraria, del opio. Pero cualquiera que conozca la naturaleza casi indomable de la enfermedad mercurial que aniquila y transforma profundamente la maquinaria humana puede comprender fácilmente que un simple paliativo no puede bastar para vencer a una enfermedad tan crónica, si los efectos consecutivos del opio no fueran totalmente opuestos a la enfermedad mercurial y no ayudaran a vencer el mal. Los efectos consecutivos del opio, que se sigue administrando en dosis fuertes, la exaltación de la irritabilidad, el debilitamiento del tono, la ausencia de cohesión de las partes sólidas y la dificultad con la que cicatrizan las heridas, el temblor, el adelgazamiento, el insomnio con una especie de somnolencia, ofrecen una gran similitud con la enfermedad mercurial y tan sólo difieren en que los síntomas del mercurio, si son muy pronunciados, persisten durante años, a menudo hasta que se produce la muerte, mientras que los del opio tan sólo se manifiestan durante algunas horas o algunos días.



Haría falta que este narcótico se administrara durante bastante tiempo y a dosis excesivamente fuertes para que los síntomas de su efecto consecutivo persistan durante


semanas e incluso más. De esta forma esta corta duración, limitada a un espacio de tiempo poco prolongado de los efectos consecutivos del opio, se convierte en el auténtico antídoto de los efectos consecutivos del mercurio más intensos, cuya tendencia es a prolongarse indefinidamente; por así decir, sólo ellos pueden conducir a un restablecimiento real y duradero. Mientras dura el tratamiento estos efectos consecutivos pueden ejercer su potencia curativa durante los intervalos entre dosis, en cuanto se ha agotado la acción de cada una de ellas y se interrumpe su utilización.



El plomo, por su efecto primario excita a nivel de los nervios subcutáneos (¿en relación con los movimientos musculares?), un dolor intenso, desgarrador y disminuye (¿en consecuencia?) la contractilidad de las fibras musculares, llevando a la parálisis. Éstas empalidecen y se ponen fláccidas tal y como podemos observar al disecarlas, pero persiste la sensibilidad, aunque disminuida. Los músculos no sólo pierden la capacidad de contraerse, sino que también, a consecuencia de la pérdida casi total de la irritabilidad* los movimientos que son capaces de ejecutar están más entorpecidos que en las relajaciones semejantes. Esto se observa únicamente en los músculos que pertenecen a las funciones naturales y animales; en aquellos que presiden funciones vitales, esta acción se produce sin dolor y en menor grado. Como en este caso el juego recíproco del sistema de los vasos sanguíneos se enlentece (pulso duro, lento), podremos explicarnos la causa de la disminución del calor sanguíneo debida al plomo.

*(Los vómitos convulsivos y las diarreas disentéricas que se observan en ocasiones tras la ingestión de una gran cantidad de plomo, deben ser explicados según otros principios, no teniendo nada que ver con lo que aquí comentamos, así sucede con las propiedades eméticas del opio cuando es ingerido en cantidades demasiado grandes.)

Bien es cierto que el mercurio disminuye de forma igualmente eficaz la atracción mutua entre las zonas de la fibra muscular, pero exalta en exceso su receptividad por la sustancia determinante de la irritabilidad con lo cual se produce un exceso de motilidad. ¿Será éste un efecto directo, o un efecto consecutivo indirecto? Esto nos interesa poco, el caso es que es de larga duración; por ello gracias a esta última propiedad, el mercurio, por su efecto contrario, es de gran eficacia en las afecciones saturninas. Administrado en fricciones así como al interior, el mercurio posee casi una virtud específica contra las enfermedades provocadas por el plomo. El opio por acción directa aumenta la contractilidad de las fibras musculares y disminuye la irritabilidad. A causa de su primera propiedad actúa como paliativo contra la enfermedad saturnina y en virtud de la segunda y de forma duradera, produciendo un efecto análogo.



El resultado de esta definición de la naturaleza de las afecciones saturninas es que la ventaja que obtenemos de este remedio en las enfermedades descansa únicamente en una acción contraria (que no podemos considerar aquí) aunque su duración de acción es muy larga. Debemos tener en consideración que el empleo de esta sustancia debe ser prudente.



No hemos profundizado lo suficiente en la verdadera naturaleza de la acción del arsénico. Las observaciones que he podido realizar me han demostrado que tiene una fuerte tendencia a provocar a nivel de los vasos sanguíneos, espasmos, y, a nivel de los


nervios, aquello que denominamos escalofrío febril. Recetándolo a dosis un tanto fuertes (1/6º a 1/5º de grano) para un adulto, este escalofrío resulta claramente perceptible. Esta tendencia lo convierte en un remedio muy enérgico, por su acción semejante, contra la fiebre intermitente, tanto más al gozar de la facultad -que yo mismo he observado- de excitar, incluso aunque no se interrumpa su uso, un paroxismo que se repite a diario, pese a ir debilitándose insensiblemente. En las afecciones típicas de cualquier especie (cefalalgia periódica, etc.) esta propiedad que posee el arsénico tomado en pequeñas cantidades (1/10º o como mucho 1/6º de grano en solución) de producir el tifus es muy interesante y estoy convencido de que aún lo será más para nuestros sucesores que tal vez demostrarán más valor, más atención y más circunspección. (Como su duración de acción es de varios días, sucede que las dosis -por mínimas que sean- cuando se repiten a menudo y se van sumando en la economía equivalen a una dosis fuerte y peligrosa. Por ello cuando consideramos que es necesario utilizarlo una vez al día, es preciso que todas las dosis subsiguientes sean más débiles que la anterior, al menos en un tercio. Aún resultará más conveniente, si pretendemos combatir tifus cortos, por ejemplo con cuarenta y ocho horas de intervalo, prescribir siempre una dosis para un único acceso y dejar pasar el acceso siguiente sin administrar arsénico; no se volverá a tomar hasta dos horas antes del tercer paroxismo. El medio más seguro de actuación es el que acabo de indicar, incluso contra la fiebre cuartana y no proceder contra los paroxismos intermedios hasta haber tenido éxito con la primera serie de accesos. En aquellos tifus cuyos intervalos están más espaciados, por ejemplo, siete, nueve o quince días, puede administrarse una dosis antes de cada acceso).



Si seguimos administrando arsénico a dosis crecientes, vamos provocando insensiblemente un estado febril casi continuo; por este motivo al tomarlo en pequeña cantidad (aproximadamente 1/12º de grano) resultará muy útil como medicamento dotado de propiedades análogas en las fiebres hécticas y remitentes. El empleo continuo de arsénico tal y como lo hemos descrito siempre será una obra maestra del arte teniendo en cuenta que presenta una tendencia muy marcada a disminuir el calor animal y el tono muscular. (De ahí las parálisis tras su uso inmoderado o imprudentemente prolongado). Podrá, gracias a esta última propiedad, convertirse en un remedio muy eficaz en las enfermedades inflamatorias puras, al producir un efecto opuesto. Debilita el tono muscular al disminuir la proporción de linfa coagulable de la sangre así como su cohesión, lo que he podido comprobar al realizar flebotomías en personas que habían abusado del arsénico, fundamentalmente en aquellas cuya sangre, antes de emplear este remedio, tenía más consistencia. Pero no sólo disminuye el calor vital y el tono muscular sino que además, tal y como creo haber observado, disminuye también la sensibilidad de los nervios. (Así, tomado en una sola dosis débil, induce el sueño en los maníacos cuyos músculos están demasiado contraídos y cuya sangre es demasiado espesa y en los que los demás remedios han fracasado. Los sujetos envenenados con arsénico están mucho más tranquilos ante su estado de lo que cabría imaginar; por lo general, parece acelerar un desenlace fatal más bien por extinguir la fuerza vital y los sentimientos antes que por sus cualidades inflamatorias puramente locales y corrosivas a nivel de una pequeña zona. Deberemos situarnos en este punto de vista para explicar la rápida descomposición de los cadáveres de aquellos que han sucumbido a causa del arsénico, así como el de aquellos que mueren a causa de una gangrena). Debilita el sistema linfático, lo que tal vez nos lleve algún día a reconocer en él una propiedad curativa particular (¿por efecto análogo o contrario?); no obstante, si seguimos administrándolo, deberemos ser muy circunspectos. Valga lo dicho anteriormente en lo


que se refiere a su capacidad de exaltar la irritabilidad muscular, sobre todo a nivel del sistema de las funciones vitales y por consiguiente la tos y los movimientos febriles a los que nos hemos referido más arriba.



Es raro que el uso prolongado de arsénico a dosis un poco fuertes no de lugar a una especie de erupción cutánea algo crónica (por lo menos descamación de la piel) en sujetos que toman al mismo tiempo diaforéticos y siguen un régimen de recalentamiento. Esta tendencia lo convierte en muy eficaz para los médicos indios contra la afección cutánea más terrible, la elefantíasis. Tal vez sea capaz de producir los mismos resultados que en la pelagra. Si tal y como se pretende es útil en la hidrofobia, sería en virtud de su propiedad de disminuir (la influencia de la fuerza nerviosa sobre) la atracción de las distintas zonas de los músculos y su tono así como la sensibilidad nerviosa; ejercería entonces un efecto contrario. Le he visto dar lugar a dolores muy intensos y prolongados a nivel articular. No quiero decidir cómo podríamos utilizar esta propiedad como medio curativo. El futuro nos enseñará cuál es la influencia recíproca de las enfermedades arsenicales, saturninas y mercuriales y cómo podremos curar unas con otras.



En aquellos casos en que los trastornos debidos a la administración prolongada de arsénico ponen la vida del sujeto en peligro, el opio será útil al igual que lo es contra la afección en sí misma (ver más arriba); por otra parte podremos recurrir al ácido sulfhídrico en bebida y en baños, para aniquilar lo que queda de metal en el cuerpo.
(     Desde que fué publicada esta memoria, Hahnemann modificó esencialmente su opinión sobre el empleo del arsénico, sobre todo en lo que concierne a la dosis (véase Doctrine et traitement homéopatique des maladies choniques, traducido por el doctor A.J.L. Jourdan. París, 1846, p. 405).)



El tejo común* merece ser considerado junto con los venenos minerales a causa de la intensidad y la prolongación de su acción. Todas las partes de esta planta y sobre todo la corteza del árbol tras la floración deben ser prescritas con mucha precaución. En efecto, en ocasiones se ha observado que varias semanas después de la última dosis aparecen erupciones cutáneas a menudo acompañadas por signos de descomposición gangrenosa muscular; en otras ocasiones tras la última dosis se produce la muerte de forma repentina y también puede suceder que se produzca al cabo de varias semanas, acompañándose de gangrena, etc. Al parecer determina cierta acritud de todos los fluidos y condensación de la linfa; los músculos y los vasos están irritados y cumplen con sus funciones pero con muchas dificultades, tal y como lo demuestran las heces poco abundantes acompañadas de tenesmo, la estranguria, la saliva viscosa, alcalina, ardiente, los sudores viscosos y fétidos, la tos, los dolores intensos y fugaces en las extremidades tras la transpiración, la podagra, la erisipela flemonosa, las pústulas cutáneas, la comezón en la piel, el enrojecimiento en las zonas en que se encuentran las glándulas, la icteria artificial, la horripilación, la fiebre continua, etc. a que da lugar. No obstante las observaciones que no son aún suficientemente precisas como para poder diferenciar lo que pertenece al efecto primario directo de lo que pertenece al efecto consecutivo. La acción directa parece prolongarse bastante. Cuando los músculos y los vasos, fundamentalmente los que pertenecen al sistema linfático, presentan un estado de


atonía y de inercia que se caracteriza por ausencia parcial de la fuerza vital, podemos considerar a esta fase como el efecto consecutivo. A éste se deben los sudores, la salivación, las orinas acuosas y frecuentes, las hemorragias (disolución del coágulo fibrinoso rojo), y, tras fuertes dosis o una ingestión demasiado prolongada, hidropesía, ictericia pertinaz, petequias y descomposición gangrenosa de los humores. Es probable que administrado con prudencia en dosis que se incrementen de forma insensible pueda resultar francamente útil contra un trastorno semejante de los humores y contra un estado análogo de las partes sólidas, en una palabra, contra incomodidades idénticas a las que produce esta planta; en la induración hepática, la ictericia, los humores glandulares en sujetos cuyos músculos están muy contraídos, en los catarros crónicos, en el catarro vesical (¿la disentería, la isquiuria y los tumores en sujetos que presentan contractura muscular?), en la amenorrea también con músculos rígidos. (Gracias a que su acción es muy prolongada, espero que resulte eficaz en el raquitismo y en la amenorrea con atonía muscular).

*(Ver Recherches su l’histoire médicale de l’if, en la Révision critique et rétrospective de la matière médicale. París, 1840. Tomo 1, página 489 a 535; tomo 2, página 453.)

El acónito da lugar a dolores pinchantes, desgarrantes, excesivamente intensos a nivel de las extremidades, el pecho y las mandíbulas. Es uno de los principales remedios contra los dolores de todo tipo a nivel de las extremidades (?); también resultará útil en las odontalgias crónicas, reumatismos, falsa pleuresía, prosopalgia y en los dolores provocados por la fijación de dientes humanos. Trae consigo una sensación de pesadez de estómago acompañada por frío gélido, dolores en el occipucio, dolores lancinantes en los riñones, una oftalmía extremadamente dolorosa y dolores en la lengua. El práctico hábil sabrá aprovechar estas enfermedades artificiales para combatir trastornos naturales análogos. El acónito presenta sobre todo una gran tendencia a provocar vértigos, desfallecimientos, debilidad, apoplejías, parálisis temporales, parálisis generales y parciales, hemiplejía, parálisis de las extremidades, de órganos aislados, de la lengua, del ano, de la vejiga, oscurecimiento de la vista, ceguera pasajera y zumbido de oídos; también es útil en las parálisis generales y parciales de las zonas que acabamos de mencionar. Esto lo ha demostrado ya la experiencia hasta cierto punto.



Al provocar estados análogos ha curado varios casos de incontinencia urinaria, de glosoplegia y de amaurosis así como parálisis de las extremidades. En el marasmo y las atrofias curables, su propiedad de dar lugar a trastornos semejantes lo convertirá seguramente en un remedio más útil que los demás remedios conocidos. Se han descrito algunas curaciones obtenidas de esta forma. Da lugar, de una forma casi tan específica, a convulsiones tanto generales como parciales a nivel de los músculos de la cara, los labios y el cuello y también de los ojos, de un solo lado. También ha curado casos de epilepsia. Da lugar a disnea. Por ello no nos extrañará que en ocasiones haya curado este trastorno. Induce a prurito, comezón cutánea, descamación de la piel y erupciones rojizas; por ello resulta excelente como remedio de las afecciones cutáneas graves y de las úlceras. Su pretendida eficacia contra las enfermedades venéreas más pertinaces sólo se producía, según creo, a nivel de los síntomas provocados por los preparados mercuriales. No obstante conviene saber que el acónito da lugar a dolores, enfermedades cutáneas, tumores y, al excitar la irritabilidad, es decir como remedio análogo, es capaz de actuar con gran energía sobre la enfermedad mercurial semejante; es más útil que el opio al no dejar tras su uso una debilidad persistente; en ocasiones


produce alrededor del ombligo una sensación de bola que sube dando lugar a frío en las zonas superior y posterior de la cabeza; debido a ello será recomendable su utilización en casos semejantes de histeria. Durante el efecto consecutivo, el frío que se ha localizado en la cabeza en un principio da paso a una sensación de calor quemante. Durante su efecto primario presenta sensación general de frío, pulso lento, retención urinaria y manías; durante el efecto consecutivo el pulso es intermitente, pequeño, rápido, hay transpiración general, eneuresis, diarrea, heces involuntarias y somnolencia. (Como otras plantas que dan lugar a sensación de frío durante su efecto directo, elimina los tumores glandulares). Produce una manía en forma de alegría con alternancias de desesperación y gracias a su efecto análogo es eficaz en estos tipos de manía. Habitualmente sus efectos duran entre siete y ocho horas, excepto en los casos graves debidos a dosis demasiado fuertes.



El eléboro negro, utilizado de forma continuada, da lugar a dolores de cabeza incómodos (de ahí derivan sus propiedades curativas en determinadas enfermedades mentales y en la cefalea crónica) y a fiebre; ello explica su capacidad de curar la fiebre cuartana y en parte aquella que se presenta en la hidropesía cuyos casos más graves siempre se complican con una fiebre remitente. En este último caso gracias a su propiedad diurética (que, según creo, pertenece más bien a su efecto consecutivo) resulta muy útil. (Esta propiedad se asocia a otra que posee y que es la capacidad de excitar los vasos abdominales, anales y uterinos). La capacidad de provocar en la nariz una sensación de constricción y sofocación anima a prescribirlo contra semejantes padecimientos que también he observado en determinados casos de alienación mental. El eléboro se ha confundido tan a menudo con otras raíces que deberemos limitarnos a estos pocos datos seguros.



El dolor tenebrante, incisivo que produce a nivel de los ojos enfermos el uso interno de la anémona de los prados ha animado a utilizarla con éxito en la amaurosis, las cataratas y el enturbiamiento corneal. La cefalalgia a que da lugar el uso por vía oral de la sal inflamable, cristalizada por destilación del agua, hace que se haya administrado esta planta en trastornos análogos. Probablemente por este motivo la anémona de los prados ha podido curar un caso de melancolía.



La goreofilata oficinal además de sus cualidades aromáticas es capaz de provocar náuseas e inducir en la economía un estado semejante a la fiebre. Por ello resultará útil contra las fiebres intermitentes (tanto como las plantas aromáticas que se emplean junto a la ipecacuana).



El principio activo que encierran las almendras amargas, al que se deben las propiedades curativas de los huesos de cereza, de melocotón, de la variedad amarga del almendro común pero sobre todo de las hojas de laurel cerezo goza, por su efecto directo, de la propiedad particular de exaltar la fuerza vital y la contractilidad de las fibras musculares del mismo modo que las disminuye durante su efecto consecutivo. Dosis moderadas dan lugar a ansiedad, espasmos estomacales y otros espasmos tónicos, trismus, dificultades para mover la lengua, opistótonos que alterna con espasmos


clónicos de naturaleza e intensidad variable, durante el efecto directo30*; no obstante la irritabilidad se va agotando de forma insensible** y, durante el efecto consecutivo, la capacidad de contraer las fibras musculares, así como la de excitar la fuerza vital decrece tanto como se había exaltado en un principio. Aparece sensación de frío, relajación y parálisis; pero estos distintos estadios pasan también bastante rápido. El agua de laurel cerezo se ha empleado en varias ocasiones como paliativo contrario a la debilidad del estómago y del cuerpo en general. Las consecuencias fueron parálisis y apoplejías.

*(En cuanto al efecto primario del principio de las almendras amargas -es decir los fenómenos en relación con un exceso en la contractilidad muscular y los esfuerzos de la fuerza vital- si quisieran impugnarse de forma racional, porque en algunos casos en que se han administrado dosis enormes se ha producido la muerte de forma casi instantánea, sin reacciones visibles a nivel de la fuerza vital y sin dolor, nos equivocaríamos al igual que lo haríamos si sostuviéramos que la decapitación no produce ningún dolor y pretendiéramos que el hachazo no constituye un estado independiente, diferente al estado de muerte al que da lugar.
Pienso que este dolor es tan intenso, pese a ser tal vez menos instantáneo, como el sentimiento de ansiedad y sufrimiento que se siente tras la ingestión de una dosis tóxica de agua de laurel cerezo, aunque este efecto tan sólo dura un minuto aproximadamente. Esto queda demostrado en un caso observado por Madden: un individuo que falleció al cabo de algunos minutos, tras haber ingerido una fuerte dosis de agua de laurel cerezo experimentó una enorme angustia a nivel del estómago que es probablemente el órgano básico de la fuerza vital. Comprenderemos fácilmente que en este corto espacio de tiempo todos los fenómenos que se presentan tras una dosis no mortal, no podían presentarse; pero es probable que en ese poco tiempo (hasta algunos momentos antes de la muerte, es decir el efecto consecutivo indirecto que dura algunos instantes), se produzcan cambios e impresiones en la economía semejantes a los que he indicado más arriba al hablar del efecto directo. Vemos por ejemplo los efectos de la electricidad cuando se la puede hacer pasar lentamente ante la vista, pero cuando el relámpago pasa rápidamente ante nosotros, no sabemos con exactitud lo que hemos visto y oído.)
**(Durante un minuto una pequeña lagartija corriente se movió con bastante rapidez en agua poco concentrada de laurel cerezo; la metí en agua más concentrada; sus movimientos fueron tan rápidos durante algunos segundos que apenas podían seguirse con los ojos; luego presentó dos o tres convulsiones lentas y dejó de moverse; el animal había muerto.)

Lo que aquí nos interesa más es la virtud curativa de su efecto directo (que representa una especie de paroxismo febril) contra la fiebre intermitente, sobre todo, si estoy en lo cierto, contra aquellas que la quina sola no es capaz de curar a causa de una contractilidad demasiado intensa de las fibras musculares. De la misma forma, el agua de cerezas negras ha demostrado a menudo su utilidad como remedio análogo en las convulsiones de los niños, tal y como hemos observado en algunas ocasiones. El agua de laurel cerezo es eficaz en las afecciones debidas a un exceso de contractilidad muscular o en general en aquellos casos en que esta contractilidad es mucho mayor que la propiedad de relajarse, como sucede en la hidrofobia, el tétanos, la estrechez espasmódica del colédoco y en otros espasmos semejantes, así como en algunas manías. También es interesante en las enfermedades inflamatorias propiamente dichas; al menos actúa sobre ellas en parte por un mecanismo análogo. Cuando las propiedades diuréticas que se han encontrado en el principio activo de las almendras amargas se encuentran en


su efecto consecutivo indirecto, podemos esperar buenos resultados en las hidropesías con características inflamatorias crónicas de la sangre.


La potencia de la corteza del cerezo arracimado contra la fiebre intermitente descansa igualmente en el principio que contiene que es el de las almendras amargas y por medio del que actúa como semejante.



Como acción positiva de la drosera de hojas redondas conocemos su capacidad de excitar la tos y por ello ha sido empleada con éxito en la tos catarral húmeda, así como en la gripe.



El principio curativo que contienen las flores y otras partes del saúco (¿y del yezgo?) parece aumentar la contractilidad de los músculos que actúan principalmente en las funciones naturales y vitales y exaltar el calor sanguíneo, a partir de su efecto primario directo; por el contrario, por su efecto consecutivo indirecto, disminuye el calor, la actividad vital e incluso la sensibilidad. De ser así, los excelentes resultados que determinan en los espasmos tónicos de las terminaciones más finas de las arterias en los enfriamientos, los catarros y la erisipela se deberán con toda seguridad a una acción análoga.



Diferentes especies de zumaque consideradas venenosas, como por ejemplo el rhus radicans parecen presentar una predisposición especial para provocar inflamaciones y afecciones erisipelatosas a nivel cutáneo. Por ello resultará seguramente útil en la erisipela crónica y las enfermedades cutáneas más graves. El saúco, en virtud de su efecto análogo limita la acción excesiva del rhus.



En dosis altas el alcanfor disminuye la sensibilidad de todo el sistema nervioso; interrumpe, por así decir, la influencia de los espíritus vitales, embotados a nivel de los sentidos y el movimiento. Provoca congestión cerebral, obnubilación, vértigo, incapacidad de mover los músculos voluntarios, imposibilidad de pensar, de sentir, de recordar. La contractilidad de las fibras musculares, sobre todo la de aquellas que pertenecen a las funciones naturales y vitales, parece disminuir, hasta llegar a la parálisis; la irritabilidad se debilita en el mismo grado, fundamentalmente a nivel de las ramas terminales de los vasos sanguíneos, menos a nivel de las grandes arterias, y menos aún de los vasos cardíacos. La superficie del cuerpo está fría; el pulso, pequeño y duro se enlentece cada vez más y, debido a los estados diferentes en que se encuentran el corazón y las terminaciones capilares de los vasos, se presenta ansiedad y sudores fríos; este estado muscular da lugar, por ejemplo, a la inmovilidad de los músculos de la mandíbula, del ano y del cuello presentando las características de un espasmo tónico. Aparecen una respiración profunda y lenta y síncope. Durante el paso hacia el efecto consecutivo, se presentan convulsiones, manías, vómitos y temblor. Durante el efecto consecutivo indirecto al principio se despierta el sentimiento y por así decirlo, se movilizan los espíritus vitales entumecidos; se despierta la motilidad casi nula de las


extremidades arteriales, el corazón es capaz de vencer la resistencia que se le oponía hasta entones. Las pulsaciones, tras haber sido lentas, aumentan en número y potencia; la acción del sistema circulatorio vuelve a su estado previo e incluso en ocasiones lo sobrepasa (tras muy fuerte dosis de alcanfor, de plétora, etc.); el pulso se acelera más y es más lleno. Cuanto más inmóviles hayan estado los vasos, más móviles se muestran entonces; aumenta la temperatura y se esparce por todo el cuerpo; se observan al mismo tiempo enrojecimiento y perspiración uniforme, en ocasiones abundante. Todos estos fenómenos se presentan en seis, ocho, diez, doce y como mucho veinticuatro horas. La motilidad del tubo digestivo es la que más tarda en restablecerse. En todos aquellos casos en que la contractilidad muscular presenta una notable preponderancia sobre su capacidad de relajación, el alcanfor, por sus propiedades contrarias, trae un rápido alivio en tan sólo unos minutos y que tan sólo es paliativo, en diversas manías, en las inflamaciones locales y generales puramente reumáticas y erisipelatosas así como en los enfriamientos. Como en la fiebre nerviosa pura, maligna, el sistema muscular y el de la sensibilidad, la postración de las fuerza vitales presentan algunas analogías con el efecto primitivo directo del alcanfor; éste ejercerá en este caso un efecto semejante, es decir, duradero y saludable. Tan sólo se precisa que las dosis sean lo suficientemente fuertes para originar una insensibilidad y una laxitud aún mayores; de todas formas no deben ser administradas más que treinta y seis o cuarenta y ocho horas (de ser preciso).



Si el alcanfor disipa realmente la estranguria debida al empleo de la cantárida es gracias a su efecto idéntico, al ser capaz de dar lugar a este estado. Elimina en parte como remedio contrario, paliativo y suficiente en este caso, los accidentes graves provocados por los purgantes drásticos, interrumpiendo las sensaciones, relajando los músculos. En los enojosos efectos consecutivos de la escila, cuando éstos son crónicos (juego entre la contractilidad, la propiedad de relajarse, que puede provocarse fácilmente) tan sólo actúa como paliativo y de forma menos eficaz si se renuevan las dosis con frecuencia. Lo mismo sucede con sus resultados en los trastornos crónicos debidos al abuso de mercurio.



En el escalofrío prolongado de la fiebre intermitente degenerada (con sopor), secunda de forma potente la acción de la quina, al determinar un efecto análogo. Por la misma razón combate enérgicamente la epilepsia, las convulsiones que dependen de un estado de relajación de los músculos despojados de su irritabilidad. Es el antídoto reconocido de las altas dosis de opio; en este caso actúa habitualmente de forma opuesta, paliativa, pero suficiente, al no ser éste un trastorno pasajero. Por otra parte el opio es el antídoto muy eficaz de las grandes dosis de alcanfor, al reanimar de forma opuesta, pero suficiente, la fuerza y el calor vital disminuidos por esta sustancia.



Resulta un fenómeno singular la acción que produce el café sobre el efecto directo del alcanfor administrado en grandes dosis: excita la irritabilidad adormecida del estómago, determinando fenómenos espasmódicos; da lugar a vómitos convulsivos; administrado en lavativa, provoca evacuaciones rápidas; pero no se reanima la fuerza vital, los nervios permanecen en su estado de adormecimiento que va aumentando progresivamente. Es lo que creo haber observado. Como el efecto directo más patente del alcanfor sobre los nervios consiste en, por así decir, adormecer todas las pasiones y


originar una perfecta indiferencia hacia los objetos externos, por más interesantes que sean, convendrá, a causa de este efecto análogo, a las manías cuyo síntoma principal sea la indiferencia con pulso lento, suprimido y las pupilas contraídas, así como, según Auenbrugger, a la elevación testicular. Sería inadecuado emplearlo indistintamente en todas las manías. Como remedio externo, el alcanfor disipa las inflamaciones locales y generales temporales e incluso inflamaciones crónicas, durante algunas horas, pero si queremos obtener un resultado satisfactorio es preciso que las dosis administradas contra las primeras se repitan a menudo, es decir siempre antes de que se manifieste el efecto consecutivo; pues entonces el alcanfor no hace más que aumentar la tendencia al retorno de la inflamación que de esta forma cronifica y predispone al organismo principalmente a afecciones catarrales o a enfriamientos. Si el uso externo se prolonga durante cierto tiempo, podrá ser más útil y capacitar al médico para reparar de otra forma los inconvenientes que deja tras su uso.



Aquellos que se muestran por lo general favorables a los medicamentos nuevos, cometen habitualmente el error de esconder cuidadosamente lo que es contrario a la meta que se proponen alcanzar -los efectos indeseables que determinan aquellos remedios que recomiendan-. De no ser así, podríamos por ejemplo apreciar, a partir de los efectos patológicos a que dan lugar las virtudes medicamentosas de la corteza del castaño de Indias, y juzgar si es capaz, por ejemplo, de oponerse a la fiebre intermitente pura o a sus variedades y cuáles son los casos en que resulta inconveniente. El único fenómeno reconocido es su capacidad de provocar una sensación de constricción a nivel del pecho; de ahí deriva su utilidad en la disnea periódica (espasmódica).



Los síntomas que la fitolaca provoca en el hombre merecen una descripción exacta. Es ciertamente una planta muy activa. En los animales provoca tos, temblores y convulsiones.



La corteza del olmo campestre, empleada al interior, aumenta en una primera etapa las erupciones cutáneas; es pues más probable que tenga una tendencia a producirlas por sí misma, y que por ello resulte útil contra estas afecciones. Esto lo ha demostrado la experiencia.



El jugo de las hojas de cáñamo es al parecer un narcótico semejante al opio; no obstante sus efectos morbíficos aún no se han estudiado lo suficiente. Creo firmemente que presenta diferencias que cuando sean conocidas le asignarán propiedades medicamentosas particulares. Provoca oscurecimiento de la vista, y, en la manía a que da lugar, diversos fenómenos que habitualmente resultan agradables.



El azafrán parece disminuir por efecto directo la circulación y el calor vital: el pulso se enlentece, la cara empalidece, aparecen vértigos, y cansancio. Probablemente aparecen en este periodo la tristeza y los dolores de cabeza que es capaz de provocar, y tan sólo en el segundo periodo (efecto consecutivo indirecto) se observan local alegría,


amodorramiento, una mayor actividad de la circulación y calor. Por último se presentan hemorragias que habían sido suprimidas. Presumo que es capaz por este motivo de restablecer las hemorragias suprimidas puesto que únicamente acelera la circulación durante su efecto consecutivo; por tanto lo contrario debe tener lugar durante el efecto directo. Parece también mostrarse útil, por su virtud semejante, en el vértigo y los dolores de cabeza con enlentecimiento del pulso. Por efecto directo ha resultado mortal al dar lugar a la apoplejía; se afirma por otra parte que ha resultado útil en trastornos semejantes (probablemente en sujetos linfáticos). Los fenómenos patológicos que provoca durante su efecto consecutivo indican una excitación de la irritabilidad muscular, por ello parece dar lugar fácilmente a la histeria.



La cizaña de los trigos es una planta muy activa: cualquiera que conozca los síntomas mórbidos que es capaz de provocar bendecirá el momento en que se sepa emplear para bien de la humanidad. Los principales trastornos provocados por efecto directo de sus semillas son espasmos que parecen tónicos (una especie de inmovilidad), con relajación muscular y aniquilamiento del espíritu vital; gran ansiedad, lasitud, frío, encogimiento del estómago, disnea, deglución difícil, inmovilidad de la lengua, cefalalgia gravitativa y vértigos (estos dos últimos síntomas persisten de forma muy acentuada durante varios días, más que tras el uso de otras sustancias), zumbidos de oídos, insomnio, pérdida de los sentidos o debilidad de los sentidos externos, enrojecimiento facial, mirada fija y destellos delante de los ojos. Durante el paso al efecto consecutivo, los espasmos se hacen clónicos; aparecen tartamudeo, temblores, vómitos, emisiones frecuentes de orina y sudores fríos (¿erupciones, úlceras en la piel?), bostezos (más espasmos), debilidad de la vista y sueño prolongado. En la práctica se observan casos de vértigos y dolores de cabeza de lo más pertinaz que habitualmente se consideran incurables; la cizaña del trigo parece haber sido creada para los casos más graves de este tipo y también probablemente para el gran escollo del arte de curar que es la idiocia. Podemos esperar resultados satisfactorios en la sordera y la amaurosis.



La escila parece presentar una acritud que persiste en el cuerpo durante bastante tiempo; pero la ausencia de datos precisos me impide establecer una distinción suficiente entre su efecto directo y su efecto consecutivo indirecto. Pienso que esta acritud tiene una muy fuerte tendencia a disminuir el calor específico de la sangre y, en consecuencia, a provocar en el cuerpo una predisposición muy prolongada hacia la inflamación crónica. Hasta el momento actual, esta cualidad de la planta ha sido un escollo para los médicos que la utilizan; la escasez de las observaciones que he realizado sobre ella no me permite asegurar que sea posible sacarle partido. No obstante, como esta propiedad debe tener sus límites y no produce primariamente más que un estado inflamatorio agudo y deja tras ella únicamente una inflamación crónica, lenta, sobre todo tras su uso prolongado, más bien me parece estar indicada contra inflamaciones simples y la contractilidad muscular que contra la naturaleza fría o inflamatoria de los humores en los sujetos hécticos, y contra la motilidad muscular. Esto lo demuestran con toda evidencia los grandes servicios que proporciona la escila en la neumonía y la acción funesta de su uso prolongado en la tisis ulcerosa crónica así como en la tisis pituitosa: no tratamos aquí de alivios paliativos. Esta acritud incita a las glándulas mucíparas a segregar mucosidades tenues en vez de viscosas, como sucede habitualmente en cualquier diátesis moderadamente inflamatoria. En dosis fuertes, la escila da lugar a


estranguria; y como también ha demostrado la experiencia, deriva de ello que en la retención de orina que se observa en algunos tipos de hidropesía, debe resultar muy útil para provocar la evacuación de la misma. Al dar lugar a tos, también es capaz de curar determinadas toses irritativas.



Un remedio que no puede compararse a ningún otro es el eléboro blanco. Sus efectos tan profundamente tóxicos deberían inspirar al médico que tiende a perfeccionar su arte, una gran reserva, y a un tiempo la esperanza de poder actuar sobre algunas enfermedades que hasta el momento presente se han mostrado rebeldes. Por su acción directa da lugar a una especie de manía; a dosis fuertes, desesperación, y a dosis débiles, preocupación por bagatelas y cosas imaginarias. Por su efecto directo, esta planta produce: 1º, calor generalizado; 2º, ardor de diversas zonas externas, por ejemplo los omóplatos, la cara, la cabeza; 3º, inflamación de la piel e hinchazón de la cara; en ocasiones (a fuertes dosis) de toda la superficie del cuerpo; 4º, erupciones cutáneas y descamación; 5º, constricción de la retrofaringe, la garganta, con sensación de ahogo; 6º, inmovilidad de la lengua; acúmulo de mucosidades viscosas en la boca; 7º, constricción a nivel del pecho;

8º, trastornos pleurales; 9º, espasmos tónicos de las piernas; 10º, sensación de ansiedad (corrosiva) a nivel del estómago, náuseas; 11º, cólicos y dolores internos en diversas zonas del intestino; 12º, ansiedad generalizada extrema; 13º, vértigos; 14º, dolores de cabeza (desorientación), sed intensa. Al pasar el efecto consecutivo indirecto, el espasmo tónico se transforma en clónico; aparecen: 15º, temblores; 16º, tartamudeos; 17º, tics a nivel de los ojos; 18º, hipo;

19º, estornudos (si ha sido ingerido); 20º, vómitos (a dosis fuertes, vómitos de materias negras, sanguinolentas); 21º, pequeñas evacuaciones alvinas, dolorosas y con tenesmo; 22º, convulsiones parciales o (a dosis fuertes) generalizadas, 23º, sudores fríos o (a dosis fuertes) sanguinolentos; 24º, derrame de orina acuosa; 25º, salivación; 26º, expectoración; 27º, escalofrío generalizado; 28º, considerable debilidad; 29º, síncope; 30º, sueño prolongado y profundo. Algunos de los síntomas del efecto directo (11, 12, 13, 15, 16) parecen aconsejar su utilización en la fiebre disentérica o incluso en la disentería propiamente dicha. La manía que origina, con algunos síntomas del efecto directo (5, 6, 7, 8, 13, 16), indica que podrá ser administrado en la hidrofobia con posibilidades de éxito. Un perro que lo tomó presentó un auténtico ataque de rabia que duró ocho minutos. Los antiguos lo han encontrado útil en la hidropesía (¿en el tétanos?). En la constricción espasmódica del esófago y en la disnea espasmódica se muestra específico a causa de los síntomas 6º y 8º. En los exantemas crónicos resultará útil por largo tiempo gracias a los síntomas 3º y 4º. Tal ha sido el resultado obtenido en el herpes corrosivo. En los trastornos llamados nerviosos resulta muy útil cuando éstos dependen de la contractilidad muscular o de síntomas inflamatorios (1, 16) y cuando, por lo demás, los fenómenos patológicos ofrecen una gran semejanza con los efectos morbíficos del eléboro blanco; lo mismo sucede con las manías de este tipo. Un posadero del campo, de músculos hipertónicos, cuerpo bien constituido, cara roja y brillante y ojos saltones, presentó, casi cada mañana, poco después de despertar, sensación curiosa a nivel del estómago: al cabo de algunas horas esta sensación llegaba al pecho, donde producía opresión, a menudo incluso con pérdida del aliento. Algunas horas más tarde, el mal subía a la garganta, amenazando con dar lugar a asfixia; en estas condiciones el enfermo no podía tragar ni líquido ni sólidos. Hacia el anochecer, esta sensación desaparecía de esa zona y se concentraba a nivel de la cabeza, amenazando


también al enfermo con asfixia. Al mismo tiempo presentaba melancolía, desesperación, desconsuelo, ideas de suicidio hasta la diez; entonces se dormía y desaparecían todos sus síntomas. La manía característica del eléboro blanco, descrita más arriba, la rigidez muscular del enfermo y sus síntomas me animaron a prescribirle tras granos cada mañana. Al cabo de cuatro semanas todos los trastornos de esta enfermedad que había durado más de cuatro años, desaparecieron gradualmente. Una mujer de treinta y seis años que había padecido frecuentes crisis epilépticas durante sus embarazos, presentó, al cabo de algunos días de su último parto, un delirio furioso con convulsiones generalizadas en las extremidades. Durante diez días le estuvieron administrando sin éxito eméticos y purgantes. A medianoche presentaba siempre fiebre con gran agitación; se arrancaba toda la ropa, fundamentalmente la que le cubría el cuello. Con la quina el acceso febril apareció unas horas antes y aumentaron la sed y la ansiedad. El jugo de estramonio espeso, administrado según el método de Bergius, acabó rápidamente con las convulsiones y propició intervalos lúcidos de algunas horas durante las cuales la enferma especificó que cuando no tenía fiebre el síntoma más incómodo, aparte de los dolores en todas las extremidades, era la sensación de ahogo a nivel de la garganta y el pecho. Y aquí fallaba la acción de este remedio; su uso continuo aumentó la gravedad de estos síntomas; la cara se edematizaba, la ansiedad era cada vez mayor y la fiebre más elevada. Los eméticos no dieron ningún resultado. El opio indujo insomnio e incrementó la agitación; las orinas eran marrón oscuro y el estreñimiento permanente. La debilidad extrema de la enferma desaconsejó el uso de sangrías. Reapareció el delirio, así como convulsiones incluso bajo la influencia del extracto de estramonio; los pies se hincharon. Administré a la enferma, durante la mañana, medio grano de eléboro blanco en polvo y la misma cantidad a las dos de la tarde. Apareció un delirio de otro tipo y acúmulo de mucosidad en la boca, pero sin fiebre; la enferma se durmió y por la mañana eliminó una orina blanca y turbia. Aparte de una debilidad extrema, se encontraba bien, tranquila y sin ningún tipo de delirio. Había desaparecido la sensación de ahogo a nivel de la garganta; la hinchazón edematosa de la cara iba disminuyendo, así como la de los pies; tan sólo por la noche presentaba una sensación de constricción a nivel del pecho, sin que la enferma hubiera tomado ningún medicamento. Tras la ingestión de medio grano de eléboro que le administré al día siguiente después de mediodía, presentó un delirio casi imperceptible, sueño tranquilo, emisión abundante de orina por la mañana y algunas heces pequeñas. Los dos días siguientes volvió a tomar, por la tarde, medio grano al día. Desaparecieron todos los trastornos, la fiebre también y la debilidad cedió gracias a un régimen adecuado.



El eléboro blanco también ha demostrado ser útil en la demonomanía gracias a su capacidad de dar lugar a manía y espasmos. En los ataques de histeria y de hipocondría debidos a una hipercontractilidad muscular también se mostrará útil (tal y como ya lo ha hecho en varios casos). También resulta un remedio eficaz en la neumonía. Su duración de acción es corta (incluso la de su efecto consecutivo); se limita a cinco, ocho o todo lo más a diez horas, excepto en los casos graves debidos a dosis fuertes.



La semilla de sabadilla provoca trastornos del ánimo y convulsiones y los cura, pero los detalles aún no se conocen. También he observado su capacidad de provocar hormigueo en todas las extremidades; al parecer también da lugar a dolores de estómago y náuseas.



Los efectos primarios directos del agárico moteado provocan una manía semejante a la ebriedad, sin temor (con ideas de venganza, ideas audaces, inclinación a hacer versos, predicciones, etc.), aumento de la fuerza y temblores y convulsiones; como efecto consecutivo aparecen sueño y lasitud. Por ello ha sido empleado con éxito en la epilepsia con temblor, debida a un susto. También curará trastornos mentales semejantes a la demonomanía. Su acción directa dura de doce a dieciséis horas.



La nuez moscada disminuye de forma duradera la irritabilidad de todo el cuerpo, principalmente de las vías superiores. (Tal vez aumente la contractilidad de los músculos, fundamentalmente a nivel de las vías superiores y disminuya su capacidad de relajarse.) A dosis fuertes da lugar, por efecto directo, a una insensibilidad total del sistema nervioso, mutismo, inmovilidad e imbecilidad; por efecto consecutivo da lugar a dolores de cabeza y sueño. Tiene propiedades estimulantes. Tal vez resulte útil en la imbecilidad asociada a relajación e irritabilidad de las vías superiores gracias a su efecto análogo en el primer caso y a su efecto contrario en el segundo. Se asegura que ha resultado de gran utilidad en la parálisis faríngea, probablemente por su capacidad de provocar un efecto análogo.



El ruibarbo, incluso en dosis muy pequeñas, es muy útil contra las diarreas sin heces, más bien por su tendencia a favorecer la defecación que por sus propiedades astringentes.




Los tópicos anodinos, las cantáridas, los sinapismos, el rábano rallado, la corteza de torvisco, el polvo de ranúnculo, las moxas... calman a menudo y de forma duradera un dolor sordo y fijo al provocar otro artificial.-